TARTALO

'cíclope'

1. ANXO

Hace mucho, mucho tiempo, vivía en una cueva de Domaikia, en Zuia de Araba, un genio terrible que tenía un solo ojo en medio de la frente. Era un gigante enorme con gran fuerza, pues era capaz de arrancar un árbol con una mano.

Los habitantes de la zona estaban aterrorizados porque Anxo que así se llamaba el gigante, robaba todo tipo de alimentos, en especial vacas y ovejas. El temor era aún mayor porque también había raptado a muchos caminantes que habían pasado cerca de la cueva y nunca más se les había vuelto a ver vivos.

Muchos habitantes de Domaikia habían decidido marcharse a vivir a otro sitio, y los que quedaban veían cómo, día a día, disminuía el número de animales; los árboles frutales aparecían destrozados, las huertas arrasadas y la pobreza era cada vez mayor. Desesperados decidieron ir a matar al monstruo. Los jóvenes más valientes, armados con azadas y estacas, se dirigieron hacia la cueva. Iban muy animados, pero, a medida que se iban acercando a la morada del gigante empezaron a sentir cada vez más miedo. Se encontraban a pocos metros de la cueva cuando, de pronto, apareció el terrible Anxo Todos se quedaron quietos, sin saber qué hacer, mientras él los miraba con su único ojo y una mueca en su boca.

—¡Ja, ja, ja! —rió el gigante, con tal estruendo que los pajarillos posados en las ramas de los árboles salieron volando asustados—. Así que tenemos visita, ¿eh? Entrad, entrad en mi casa.

Pero los jóvenes no se movieron, y se dispusieron al ataque. Anxo dejó de reír y se abalanzó contra ellos. En pocos minutos los había matado a todos, menos a uno, que se hizo el muerto. El gigante cogió después los cuerpos sin vida y los fue lanzando hacia el interior de la cueva, entre ellos al que se hacía el muerto. El joven, horrorizado, no se atrevía ni a respirar. Luego, oyó que el gigante decía:

—¡Ciérrate, Txarranka!

Y una gran piedra redonda cerró la entrada de la cueva. El joven, que se llamaba Joxe Martín, seguía sin moverse. Finalmente alzó la cabeza y comprobó que el gigante no estaba dentro de la cueva. Miró a su alrededor y vio que allí había muchos esqueletos. Joxe Martín sintió tanta pena que se puso a llorar por la suerte de sus amigos, y también por él mismo. Luego intentó calmarse y pensar en cómo salir de aquel horrible lugar. En eso estaba cuando oyó el vozarrón del gigante en el exterior de la cueva que decía:

—¡Ábrete, Txarranka!

Y la piedra de la entrada se corrió para dejarle paso. Joxe Martín se escondió rápidamente debajo de los cuerpos de sus amigos y esperó.

Anxo cogió justo al que estaba encima de él, lo asó en una gran fogata y se lo comió. Después se tumbó encima de cien pieles de oveja y se quedó dormido.

Aprovechando que el gigante dormía y que la entrada estaba abierta, el joven se arrastró hasta la salida sin hacer el menor ruido, y luego corrió durante varios kilómetros sin mirar hacia atrás. Al llegar a un pequeño río se detuvo a beber un poco de agua; se tumbó sobre la hierba y se durmió.

Los primeros rayos del sol lo despertaron. Pensó en seguir su camino, pero recordó a sus amigos.

—¡Tengo que acabar con ese monstruo! —dijo en voz alta.

Y regresó a la cueva. Al llegar, se subió a un árbol y allí, oculto por las ramas, se puso a pensar en cómo vencer al gigante. Entonces tuvo una idea, y gritó:

—¡Anxo! ¡Eh! ¡Anxo!

—¿Quién me llama? —respondió el gigante.

—¡Soy yo! ¡Joxe Martín, de Domaikia! ¡Has matado a todos mis amigos y vengo a luchar contigo!

—¡Ja! ¡Ja! ¡Ja! ¡Eres un infeliz! ¡Te aplastaré como a una hormiga!

El gigante asomó su fea cabeza por el agujero de la cueva para ver dónde se encontraba aquél que se atrevía a retarlo. Entonces, Joxe Martín gritó:

—¡Ciérrate, Txarranka!

Y la piedra se corrió, atrapando la cabeza de Anxo y matándolo en el acto.

Desde entonces, los habitantes de la zona alavesa de Domaikia pudieron vivir tranquilos, regresaron los que se habían marchado, florecieron de nuevo los frutales y los rebaños volvieron a pacer tranquilos en los prados.

Toti Martínez de Lezea. LEYENDAS DE EUSKAL HERRIA

2. TÁRTALO Y LOS DOS HERMANOS

El siguiente relato, recogido por J. M. de Barandiaran en su «El mundo en la mente popular vasca», es parecido al del cíclope de Homero, aunque con la variante del anillo parlante. Entre las hipótesis que se barajan sobre esta leyenda, hay una que señala que los marinos vascos pudieran haber tenido relaciones con los marinos griegos y haberla traído así a nuestra tierra.

Dos hermanos que regresaban a Zegama, en Gipuzkoa, después de un largo viaje, se perdieron y, tras mucho caminar, encontraron una cueva en la que se refugiaron para pasar la noche.

Poco tiempo después apareció Ttarttalo con sus ovejas y, entrando en la cueva, cerró la entrada con una enorme piedra. Al darse cuenta de la presencia de los dos hermanos, fijó en ellos su único y terrible ojo y dijo al mayor:

—Tú, para hoy.

Y al otro:

—Tú, para mañana.

Y, diciendo esto, cogió al mayor, lo atravesó con un asador y lo puso al fuego; luego se lo comió ante los aterrorizados ojos del hermano menor. Antes de echarse a dormir, colocó en el dedo anular del joven un anillo hablador que a la pregunta: “¿Dónde estás?”, invariablemente respondía: “¡Aquí estoy! ¡Aquí estoy!”

—Así sabré dónde estás en todo momento —dijo el gigante, y se quedó dormido.

Durante un buen rato, el joven no supo qué hacer. Desesperado, daba vueltas dentro de la cueva, esperando encontrar un lugar por el que huir, pero únicamente había una salida posible, que estaba tapiada por una enorme piedra que él solo era incapaz de mover.

De pronto, tuvo una idea genial. Cogió el asador, lo calentó al fuego y se lo clavó a Ttarttalo en su único ojo. El gigante lanzó un grito espantoso y se arrancó el asador.

—¡Me has dejado ciego, miserable! —gritó—. ¡Voy a destrozarte con una sola mano!

Ttarttalo, furioso, empezó a buscar a tientas al joven, que corría de un lado para otro, evitando los manotazos del gigante. Al no poder encontrarlo entre las ovejas y las pieles, Ttarttalo movió la roca que tapaba la entrada de la cueva e hizo pasar a las ovejas una a una entre sus piernas. El joven, cubierto con una piel de oveja, también pasó y, al verse fuera, empezó a correr tan deprisa como pudo.

Al darse cuenta de que su presa había escapado, el gigante recordó el anillo y gritó:

—¿Dónde estás?

—¡Aquí estoy! ¡Aquí estoy! —contestó el anillo.

Guiándose por la voz del anillo, Ttarttalo echó a correr detrás del joven. Cada una de sus zancadas equivalía a diez pasos del pobre mozo, que veía cómo se le acercaba más y más, pero continuaba corriendo mientras intentaba sacarse el anillo del dedo, sin conseguirlo. A punto de desfallecer, el joven sacó un pequeño cuchillo de monte que llevaba en la bota y se cortó el dedo, tirándolo a un pozo con anillo y todo.

—¿Dónde estás? — Ttarttalo gritó una vez más:

—¡Aquí estoy! ¡Aquí estoy! —respondió el anillo desde el fondo del pozo.

Y Ttarttalo, el cíclope monstruoso que aterrorizaba la región, cayó al pozo y se ahogó. Desde entonces, ningún otro de su especie ha vuelto a aparecer por Zegama ni por los pueblos vecinos, aunque nadie se acerca demasiado a Ttarttaloetxe, por si acaso.

Toti Martínez de Lezea. LEYENDAS DE EUSKAL HERRIA

3. EL TARTARO AGRADECIDO

Behenafarroa

De nuevo nos encontramos aquí con un cuento en donde aparece un gigante con un solo ojo en mitad de la frente: Tartaro. Pero, ¿quién es Tartaro? Según defiende Jean Barbier en su obra «Legèndes du Pays Basque», para algunos no era más que un primo de Polifemo o, más sencillamente, de los mineros de Sicilia. Con sus grandes linternas en la cabeza, los mineros han vagado por las entrañas de los montes cantábricos desde la época de los romanos.

La mente popular ha encarnado en Tartaro las temidas fuerzas de la naturaleza que no tenían explicación para los antiguos.

AI igual que muchos otros, vivían en Behenafarroa un padre, una madre y sus tres hijos.

Un día, el padre salió de caza y se encontró con un enorme tartaro que tenía un solo ojo en medio de la frente. Lo llevó a su casa, lo encerró en el establo y avisó a todos sus parientes y amigos para que fueran a cenar a su casa al día siguiente, porque, después de la cena, les quería mostrar un animal fantástico.

Temprano por la mañana, Garsea, el hijo más joven de la casa, se acercó al establo y observó por una rendija a la bestia que su padre decía que había cazado. Al instante, sintió mucha lástima por el gigante encerrado.

—¿Qué puedo hacer por ti? —le preguntó.

—Devuélveme mi libertad —le respondió el tartaro.

—Yo no tengo la llave —respondió Garsea.

—Seguro que estará colgada en el clavo de las llaves. ¡Ve a buscarla!

Garsea encontró la llave en el clavo y liberó al tartaro.

—¡Gracias, amigo mío! —le dijo éste—. De ahora en adelante, yo seré tu servidor. Llámame cada vez que me necesites.

Al llegar la noche, la casa estaba engalanada para recibir a los invitados. Después de la cena, el dueño llevó a sus parientes y amigos a ver al tartaro, pero se encontraron el establo vacío. La vergüenza y la rabia del dueño fueron tan grandes que dijo:

—¡Me gustaría comer crudo y sin sal el corazón de aquél que ha dejado escapar a mi bestia!

Garsea sintió un gran miedo al escuchar las palabras enfurecidas de su padre, y se marchó de casa. Anduvo mucho tiempo, y pronto sintió hambre y mucho cansancio. No sabía qué hacer cuando, de pronto, recordó las palabras del gigante y lo llamó a gritos.

—¡Tartaro! ¡Tartaro! Tartaro!

El gigante con un solo ojo en medio de la frente se presentó delante de él, y Garsea le contó lo que había ocurrido.

—Un poco más lejos encontrarás una ciudad en la que vive un rey. Entrarás a su servicio como jardinero. Arrancarás todo lo que haya en el jardín y, al día siguiente, brotarán tres hermosas flores. Se las llevarás a las tres hijas del rey, y darás la más bella a la hija más pequeña.

El joven hizo lo que le dijo el tartaro. Se presentó en el castillo y pidió la plaza de jardinero. Luego, arrancó todas las plantas y verduras que allí había. Al día siguiente brotaron tres maravillosas rosas como jamás nadie había visto en la región. Garsea llevó las flores a las princesas y entregó la más hermosa a la menor, enamorándose de sus grandes ojos.

Un día se anunció en la ciudad que la menor de las hijas del rey sería entregada al dragón que una vez cada siete años salía de su guarida y arrasaba la comarca. Desesperado, el joven llamó al tartaro y le contó lo que ocurría. El gigante le entregó un caballo, un hermoso traje y una espada reluciente. Luego le dijo:

—Ve esta noche al bosque, escóndete y mata al dragón en cuanto asome la cabeza por la entrada de su cueva.

Garsea siguió las instrucciones de su amigo y fue al bosque de noche, se escondió detrás de unos arbustos y esperó. Al día siguiente, a una hora temprana, unos soldados del rey condujeron a la princesa y la dejaron atada a un árbol justo delante de la entrada de la cueva, antes de marcharse de allí a toda velocidad.

Poco después, el dragón asomó la cabeza y Garsea se la rebanó de un tajo. Después, cortó las amarras que aprisionaban a la joven y se marchó. La princesa, que no lo había reconocido, regresó al castillo, donde su padre la recibió con gran alegría, e hizo anunciar que su hija se casaría con el valiente caballero que había matado al dragón, pero nadie se presentó. Entonces, el rey hizo colgar un anillo de una campana y ofreció la mano de su hija a quien fuera capaz de atravesarlo con una lanza.

Garsea llamó al tartaro y éste le dio un nuevo caballo, mucho más rápido y hermoso que el anterior, un traje y una lanza plateada.

Llegó el día de la prueba. Habían acudido muchos candidatos desde todos los puntos de Euskal Herria, y cada uno de ellos esperaba ser el vencedor, pero ensartar con una lanza un anillo colgado del badajo de una campana era más difícil de lo que habían imaginado. Llegó, por fin, el turno de Garsea. Montado sobre el caballo del tartaro, pasó tan veloz que los espectadores apenas pudieron verle, y ensartó el anillo con limpieza; pero, en lugar de detenerse, siguió galopando.

—¡Padre! —gritó la princesa—, ¡Se va!

El rey lanzó su dardo e hirió a Garsea en la pierna, pero el joven no se detuvo y desapareció en el bosque. La princesa fue al jardín para llorar a solas, pues se había enamorado del valeroso desconocido que le había salvado la vida, y se encontró con el jardinero que cojeaba. Al preguntarle qué le ocurría, él respondió que se había pinchado con una espina.

Sospechando que el joven ocultaba algo, la princesa pidió a su padre que averiguase el mal del jardinero. El rey lo mandó llamar y le ordenó que le mostrase la herida; para su sorpresa, vio que aún tenía la punta de su dardo clavada en el muslo.

Una vez aclarado todo el asunto, se hicieron los preparativos para la boda, y Garsea pidió que invitasen a su familia, ordenando a los sirvientes que a su padre le sirvieran un corazón de cordero crudo y sin sal. El padre se sintió ofendido al ver que a él le servían semejante cosa, y entonces su hijo, a quien no había reconocido, le dijo:

—Ah, padre... ¿No recuerdas que dijiste que te comerías el corazón crudo y sin sal de aquél que había dejado escapar al tartaro? Fui yo, y he de decirte que, sin él, ni tú ni yo estaríamos hoy aquí sentados a la mesa del rey.

Todos fueron felices a partir de entonces, y el tartaro continuó velando por ellos mientras vivieron.

Martinez de Lezea, Toti - Leyendas de Euskal Herria

4. TÁRTALO O EL GENTIL DE MUSKIZ

En cierta ocasión un gentil que vivía en la cueva de Muski atrapó a un cristiano. Y para que no escapase de la cueva le colocó en un dedo de la mano un anillo mágico que gritaba "estoy aquí, estoy aquí".

Un día el cristiano se escondió entre las pieles de oveja acumuladas por el gentil. Como oía el grito del anillo bastante lejos, pensó que podía provenir de lejos y abrió la puerta saliendo de la cueva. Entonces, el otro salió de las pieles, echó a correr y se alejó de allí en un santiamén.

Pero el gentil escuchó el grito del anillo y echó a correr tras él. En vista de la situación el cristiano se rindió pero pensó que podía cortarse el dedo del anillo y tirarlo al río Mekolalde; y así fue. El gentil, al escuchar que los gritos del anillo llegaban del fondo del río, saltó y se ahogó en él. (Tartalo)

JM Barandiaran

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