Otras leyendas

1. LA LUNA

2. MACHO CABRIO NEGRO

3. BARATXURI

4. EL BECERRO DE ORO

5. EL MUCHACHO SIN MIEDO

6. GUIOMAR Y EL UNICÓRNIO

7. LA LECHUZA

8. EL CURA JOHANES DE BARGOTA

9. LA TORRE DE ALOS

10. LA TORRE MISTERIOSA

11. ROLDAN Y EL GIGANTE FERRAGUT

12. EL PERRO NEGRO

13. LA MORA DE ZALDIARAN

14. EL PERRO PASTOR DE LEGAIRE

15. EL UNGÜENTO DE LA BRUJA

16. EL ZAPATERO Y EL BANDIDO

17. EL BASILISCO DEL POZO

18. LA CUEVA DE LA MORA

19. ZIRIPOT

20. EL HOMBRE Y LA CULEBRA

21. LA YEGUA BLANCA

22. EL FORZUDO DE ARBURO

23. EL PERRO DE LA TEA

24. EL ABAD BIRILA

25. EL ÁRBOL LADRÓN

26. UNA VEZ Y PARA SIEMPRE

27. LA PROMESA DE LOS MARINEROS

28. MATEO TXISTU

29. JAUN ZURIA

30. LOS MURCIELAGOS

1. LA LUNA

El hombre de la luna

Hace mucho tiempo, vivía un ladrón en Antzuola. No era un ladrón importante, robaba cosas pequeñas: una gallina por aquí, un par de conejos por allá, tomates, lechugas...

Una noche de invierno de ésas en las que hace mucho frío y el cielo está tan claro que

pueden contarse las estrellas una a una, el ladrón decidió robar unas leñas recién cortadas

que un vecino del pueblo tenía apiladas al lado de su puerta. El ladrón, aprovechando la oscuridad de la noche y que todo el mundo dormía, robó la pila de leña y se marchó

presuroso a su casa. Iba muy contento porque nadie le había visto y su hazaña le había

costado muy poco esfuerzo. En eso, se dio cuenta de que la Luna brillaba en el cielo y que,

además, parecía seguirle. Enfadado con ella, le gritó:

—No necesito de ti, ¿me oyes? ¡Lárgate!

Como la Luna seguía detrás de él sin hacerle caso, el hombre volvió a gritarle:

—¡Que te largues! ¿Me oyes? ¡Vete!

El ladrón dejó la leña en el suelo y, cogiendo unas piedras, empezó a tirárselas a la Luna. De pronto, la Luna empezó a bajar y a bajar y, cuando se encontró cerca del hombre, lo agarró con su cuerno por la cintura y lo levantó. Después volvió a su lugar en el cielo.

Desde entonces, el ladrón está allí y, en días de luna llena, puede verse perfectamente su cara si miramos con atención.


El reflejo de la luna


Tres hombres regresaban a su pueblo después de un largo viaje. Estaban cansados y tenían hambre, pues llevaban varios días sin comer. Caminaban por encima de un puente cuando se fijaron en la Luna que se reflejaba en las aguas del río.

—¡Mirad!—exclamó uno—, ¡Un enorme queso allá abajo!

Los tres se quedaron mirando al “queso”, pensando en el banquete que se iban a dar.

—Pero no podemos cogerlo —dijo otro—, está muy lejos...

Volvieron a quedarse pensativos, cada uno de ellos imaginando la mejor forma para conseguirlo.

—¡Ya está! —exclamó el tercero—. Hagamos una cadena colgándonos uno del otro y así podremos alcanzar ese hermoso y apetitoso queso.

Así lo hicieron. Se colgaron del puente, agarrándose uno a otro con las manos. El primero que colgaba, a quien le faltaba muy poco para llegar hasta lo que ellos creían que era un queso, le gritó al que estaba más alto, colgado del puente:

—¡En! ¡Suelta un poco la mano para que pueda yo coger el queso! Bastará con un poco...

El de más arriba se soltó del puente y los tres cayeron al agua.

La Luna se alejó, riéndose de los tres tontos..


Toti Martinez de Lezea. Leyendas de Euskal Herria

2. LA CRUZ Y EL MACHO CABRÍO DE MAL AGÜERO

En Bedaio, cuando en su juventud Manuel Gorostidi, de una de las cua- tro viviendas del caserío Bedaio Bitarte, se dirigía en busca de su novia, en el camino se le puso delante un macho cabrío de gran tamaño. Entonces, el mentado Manuel Gorostidi puso dos dedos en forma de cruz, mirando al mismo tiempo al macho cabrío. Macho cabrío que desapareció súbita- mente.

En Bedaio (barrio de Tolosa), Francisco Jauregui Aguirrezabala, 70 años. Caserío Bedaio Bitarte. El 22 de enero de 1992.

Garmendia Larrañaga, Juan: Apariciones, brujas y gentiles: Mitos y leyendas de los vascosEusko Ikaskuntza, 2007

3. BARATXURI

Baratxuri, Ukabiltxo, Kukubiltxo, Barbantxo..., son diferentes personajes cuyas historias coinciden, y que adoptan alguno de estos nombres según la zona de Euskal Herria en la que se cuenten dichos relatos.

Son niños muy pequeñitos, del tamaño de un puño, pero no son enanos. Sus padres son normales y ellos hacen las labores que hacía cualquier niño en el campo.

J. M. de Barandiaran menciona a todo estos pequeños personajes, y nosotros hemos elegido a Baratxuri por ser la única chica entre todos ellos.


Hace ya mucho tiempo, en Andoain, en Gipuzkoa, vivían un padre, una madre y una hija. La hija era tan pequeñita que le habían puesto de nombre Baratxuri. Pero era una chica lista y tenía mucha fuerza, por lo que ayudaba a su madre en la casa y a su padre en el trabajo del campo.

Un día, la madre le rogó que llevase la comida al padre, que estaba en una huerta lejana. Como el camino era largo, Baratxuri sacó al asno del establo y se instaló en su oreja. El asno conocía el camino porque lo había recorrido muchas veces, y pronto llegaron a donde estaba el padre.

—¡Vaya! ¿Hoy vienes solo, burrito? —preguntó el hombre al ver al asno.

—¡No! —respondió Baratxuri, asomándose a la oreja del asno—. ¡También vengo yo!

El padre, muy contento de ver a su hija, cogió a la niña y la cesta de la comida y los dos se pusieron a almorzar mientras el asno pastaba.

Después de comer, el padre volvió al trabajo y Baratxuri a casa, escondida en la oreja del asno, tal como lo había hecho a la ida. Al cruzar un bosque por donde tenían que pasar, Baratxuri oyó a unos ladrones que se repartían unas mercancías robadas aquel mismo día en el mercado de Andoain.

—Esto para ti, esto otro para ti y esto para mí—decía el que parecía el jefe.

—¿Y para mí? —preguntó Baratxuri.

Al escuchar su voz, los tres ladrones se asustaron un poco, pero como no vieron a nadie siguieron con el reparto.

—Esto para ti, esto otro para ti y esto para mí.

—¿Y para mí? —preguntó de nuevo Baratxuri.

Esta vez los ladrones se levantaron y comenzaron a buscar al intruso que pedía una parte del robo. Sólo vieron al burro, creyeron que la voz que habían escuchado era el eco y continuaron repartiéndose las mercancías.

—Esto para ti, esto otro para ti y esto para mí.

—¿Y para mí? —insistió Baratxuri—. ¿Acaso no pensáis darme mi parte?

Creyendo que eran los duendes del bosque, los ladrones huyeron muy asustados, dejando allí todos los objetos robados.

Baratxuri se bajó de la oreja del burro, cargó en éste el saco y se lo llevó a casa. Al día siguiente acudió con sus padres al mercado de Andoain, contó lo sucedido y devolvió todo lo robado a sus propietarios.

4. EL BECERRO DE ORO

Las cuevas y simas profundas casi siempre son motivo de relatos fantásticos, porque es creencia popular que en su interior existen tesoros inmensos, tal y como señala J. M. de Barandiaran en su obra «El mundo en la mente popular vasca».

Así, por ejemplo, existen pieles de buey llenas de oro. Otras veces son pellejos de cabra también repletos de oro, o “kutxak”, cofres. En algunos lugares hay enterradas campanas de oro o, como ocurre en el relato siguiente, figuras de animales, igualmente de oro.


Cerca del pueblo alavés de Birgara, en el monte Kapildui, existe una sima de la cual se habla en varias leyendas diferentes. Es la morada de unos genios que aparecen bajo figura de toro, carnero u oveja, y cuentan los pastores que en su interior hay un becerro de oro guardado por brujas y otros seres temibles.

Hubo una vez un pastorcillo que llevaba a pastar su rebaño a las cercanías de la sima de Kapildui. Solía sentarse frente a la cueva y pensaba en todas las cosas de las que hablaba la gente, los tesoros, las brujas y monstruos que los guardaban. A veces soñaba que él era un gran guerrero que entraba sin ningún temor en el interior de la sima, luchaba contra los guardianes del tesoro y se lo llevaba a su casa; todo el mundo le aclamaba y su madre era muy feliz por tener un hijo tan valiente. Alguna vez se había asomado al interior de la sima, pero la oscuridad y los gritos que creía oír le habían helado la sangre.

Un día, estando como de costumbre sentado frente a la cueva, vio salir de su interior a un corderito negro que balaba tristemente. Al principio creyó que el animal era uno de aquellos espíritus de los que hablaba la gente, pero el corderito lo miraba con unos ojos tan tristes que enseguida pensó que se había perdido de algún otro rebaño y se había resguardado en la cueva. El pastor se acercó al cordero y lo acarició, pero al instante notó que una fuerza enorme lo arrastraba hacia el interior de la sima, y hasta creyó oír que el

cordero se reía con una risa que le puso los pelos de punta.

Arrastrado hasta la parte más profunda de la sima, el pastor se encontró de pronto en una sala iluminada por unas grandes hogueras, cuyas llamas llegaban hasta el techo. El muchacho advirtió que el corderito negro había desaparecido y que estaba completamente solo. Entonces fue cuando se fijó en una estatua que estaba encima de una plataforma. ¡Era el becerro de oro del que hablaban las leyendas que le contaba su abuela! Se acercó para verlo mejor, y la cabeza empezó a darle vueltas. El becerro era de oro y brillaba más que el sol del mediodía.

—¡Qué suerte! ¡He encontrado el tesoro! —exclamó en voz alta.

Entonces, el becerro abrió los ojos y miró fijamente al pastorcillo. Eran unos ojos rojos, tan brillantes como las llamas de las hogueras.

—¡Son los ojos del diablo! —dijo el chaval, aterrorizado

—¡Tú lo has dicho! —contestó la estatua sin abrir la boca—. Muchos han sido los que han querido entrar en mi morada y apoderarse de mis tesoros, pero ninguno ha salido con vida de aquí. Tú sí saldrás esta vez, pero nunca más intentes volver, porque no tendré piedad.

Una lametada de oveja despertó al pastor. Durante unos segundos, no supo dónde estaba, luego se dio cuenta que estaba en el mismo lugar de siempre, frente a la sima de Kapildui, rodeado de sus ovejas. Recordó lo ocurrido y se echó a reír.

—¡Menudo sueño he tenido!

Un triste balido le hizo mirar hacia la entrada de la cueva. ¡Allí estaba el corderito negro de su sueño! Los dos se miraron durante un rato, y después el pastor se levantó rápidamente, recogió a sus ovejas y regresó al pueblo lo más deprisa que pudo. Nunca contó su sueño a nadie, pero tampoco volvió a la sima en toda su vida.

5. EL MUCHACHO SIN MIEDO

De Ataun, se cuenta que existió hace muchos años un muchacho alocado que repetídamente decía no creer en la existencia de fantasmas, aparecidos, almas en pena...sea por esto o por otra causa, el caso es que sus vecinos, un día, le arrojarían del pueblo a pedradas. Durante días anduvo errante, viviendo de la caridad, hasta llegar a una casa vacía que encontró en Elkorri, paraje existente entre Lizarrusti y Etxarri Aranaz. De aquella mansión se decía que nadie se atrevía a penetrar en su interior, porque había un fantasma dentro. Pero el muchacho se instaló en ella, la primera noche, y mientras se asaban unos trozos de carne que llevaba consigo escucharía proveniente del hueco de la chimenea una voz gutural que decía:

- "¿Caeré o no?"

- "Si quieres sí, y si no quieres, no" -respondió el muchacho sin inmutarse.

En esto cayó una cabeza humana sobre el fogón. Poco después, tras producirse la consiguiente pregunta, por parte de lo que parecía ser un alma en pena y darle el muchacho la misma contestación, caería un tronco de hombre. Tan extraña criatura diría entonces:

- "Que soy, pero no soy"

- "Sí, ya eres" - añadió el muchacho- "pero mantente siete estadios aparte y delante"

- "Coge esa azada" - dijo el aparecido señalando una que había en la estancia.

- "Cógela tú si quieres" -respondió con sangre fría el muchacho.

El aparecido cogió la herramienta y añadió:

- "Salgamos fuera".

En el exterior había una fuente, la señalaría el aparecido diciendo:

- "Cava aquí con la azada".

- "Cava tú si quieres" -dijo el muchacho.

Cavaría pues el aparecido hasta desenterrar un montón de oro, luego diría al joven:

- "Te nombro propietario de todo esto, ya que ahí escondido no vale para nadie. Ahora podré descansar en paz". Dicho esto, el espectro se esfumó y el muchacho volvió rico al pueblo y los demás le hicieron diferente bienvenida.

6. Guiomar y el Unicornio

Son muchos los países en los que el unicornio es protagonista de leyendas, pero en toda la Península Ibérica sólo se conoce un unicornio, el que vagaba por el bosque de Betelu, en Nafarroa.

El unicornio es un animal mitológico que tiene forma de caballo, es blanco, símbolo de la pureza, y sus ojos son azules. De su frente sale un cuerno largo y afilado que posee un valor incalculable y que puede contrarrestar todo tipo de venenos.

Sólo se puede cazar un unicornio mediante una virgen, porque es la única persona que el animal permite que se le acerque. De todos modos, el mágico animal muere si se le arranca el cuerno, aunque no esté herido de muerte.

Gobernaba en Nafarroa el rey Sancho el Magnánimo, quien había con seguido llevar la paz a sus tierras, tras muchos años de peleas con los musulmanes que amenazaban las fronteras del reino.

El rey Sancho y su esposa doña Aldonza tenían dos hijas Violante y Guiomar. Las dos eran hermosas, virtuosas y discretas siendo la primera morena y la segunda, rubia. Todos los que las conocían las querían y respetaban, y ellas llenaban de alegría la vejez de sus padres.

Una tarde, llegó al castillo un caballero que se dirigía a tierras lejanas. Nada más verse, el caballero y Guiomar se enamoraron perdidamente el uno del otro. Al día siguiente, temprano por le mañana, el joven prosiguió su camino y nunca más regresó, pues murió en la guerra. Guiomar se entristecía cada vez que pensaba en él, aunque nada dejaba traslucir para no preocupar a los suyos, que la creían totalmente feliz.

Pasaron los años y doña Aldonza murió. El luto se apoderó del castillo y, sobre todo, se introdujo en el corazón del rey Sancho de tal forma que empezó a morir de dolor. Ni la atención de sus hijas ni los cuidados de sus servidores servían para nada. Aquel hombre fuerte y corpulento se debilitaba día a día; únicamente esperaba la muerte para ir a reunirse con su querida esposa.

Muchos médicos y curanderos visitaron al rey, pero ninguno supo encontrar el remedio para curar su enfermedad.

Un día llegó al palacio un ermitaño que pidió ver al enfermo.

—Don Sancho sanará —afirmó tras examinarlo con atención—. Sólo necesita beber un brebaje que yo prepararé.

La esperanza asomó a los rostros, y las princesas sonrieron, confiadas.

—Ahora bien —prosiguió el ermitaño—; para que la medicina sea eficaz deberá de tomar el brebaje en el cuerno de un unicornio.

Todos se miraron consternados. ¡No había ningún cuerno de unicornio en el castillo! El ermitaño, al comprobar el desconcierto que sus palabras habían causado, habló de nuevo.

—¡No está todo perdido! En el bosque de Betelu vive un unicornio. Es un animal peligroso, y tan hermoso como difícil de capturar, pero se rinde ante una doncella pura que nunca haya tenido penas de amor.

Todos los ojos se volvieron hacia Violante y Guiomar. La hermana mayor se ofreció al punto. ¡Ella iría en busca del animal!

Y, en efecto, Violante se internó en el bosque de Betelu, decidida y con paso firme. A los pocos minutos, escuchó a lo lejos el relincho del unicornio, y fue tal el miedo que se apoderó de ella que salió corriendo y no paró de correr y de llorar hasta llegar al castillo.

Don Sancho seguía empeorando y estaba cada vez más débil. Guiomar tomó entonces la decisión de ir ella misma en busca del mítico animal. Eligió a los mejores ballesteros de su padre y fue al bosque. Todavía sufría penas de amor por aquel caballero que un día conoció, y sabía que corría un grave peligro.

—Manteneos atentos —dijo a los ballesteros— Disparad las saetas si veis que el unicornio me ataca.

La joven se internó en el bosque, seguida a distancia por los ballesteros, y se aproximó al caballo, que se hallaba en un claro. El bello animal estaba comiendo las hojas de los árboles, porque los unicornios no comen hierba, ya que saben que los humanos desean arrancarles el cuerno, y nunca bajan la cabeza. Cuando Guiomar alargó la mano para acariciarlo, el unicornio la acometió con furia, atravesándole el cuerpo con el cuerno. Los ballesteros dispararon, pero ya era tarde. Guiomar había muerto y los soldados llevaron su cadáver al castillo, y también el cuerno del unicornio.

El rey Sancho el Magnánimo sanó, pero no vivió mucho, pues la muerte de su hija le partió el corazón y ya no hubo medicinas para curarlo.

7. LA LECHUZA ANUNCIANDO LA MUERTE

Muchas son las supersticiones que pueblan la geografía mágica de Euskal-herria y probablemente sea la lechuza quién más encarna a todas ellas. Aunque de carácter beneficioso para los baserritarras, al alimentarse de los insectos nocivos para sus cultivos, su mala fama tiene su origen en una vieja leyenda.

Dos hermanos alaveses nacieron tan diferentes como la luna y el sol. Mientras uno era avariento y gustaba de atesorar bienes materiales, el otro por el contrario era un ser bondadoso que nada poseía. Cuando el pobre se encontraba en su lecho de muerte mandó pedir al hermano unos cirios que los iluminasen el camino del más allá. Aquel alegó que no tenía por costumbre dar nada y mucho menos a su hermano del que nada había obtenido.

Al morir su hermano lanzó una maldición al desalmado pariente. De modo que habría de morir sin nadie a su lado y su alma vagará errabunda en forma de lechuza hasta el día del juicio final donde realmente comenzaría a pagar por todos los infortunios causados.

Habían pasado los años cuando el avaro contemplando la cosecha de sus campos se sintió mal y frialdad de la muerte lo atenazó. En ese instante se acordó de su hermano y gritó pidiendo el perdón divino. Una lechuza apareció junto a él diciendo: "Nada me hiciste y nada tengo que perdonarte, pero tu alma perdurará errante en el cuerpo de ésta lechuza que acompaña tus últimos momentos. Dios tenga misericordia de ti".

Por ello dic e el saber popular que cuando una lechuza acude a casa de un enfermo, su mal puede agravarse o la presencia de ésta rapaz nocturna puede interpretarse como un funesto presagio.

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8. LA LEYENDA DEL CURA JOHANES DE BARGOTA

Este cura era de un pueblo o aldea cercano a Viana, que vivió entre los siglos XVI y XVII, el cual fue considerado como un brujo por todos los que le conocieron. Cuentan que un día muy caluroso del mes de agosto, mientras los feligreses esperaban para que dijese la misa, éste llegó a la iglesia completamente tapado y con el sombrero y el capote lleno de copos de nieve. Al entrar en la iglesia dijo muy fuerte: "qué frío hace en los montes de Oca", mientras tanto se sacudía los copos de nieve.

Por este hecho, corrió por la zona de la ribera que el cura era un brujo y que asistía a los akelarres. Por este hecho se le procesó por brujería en Logroño ante la Santa Inquisición, pero de la cual salió absuelto, o sin haber hecho prometer que no volvería más a hacerlo. E

n otro relato parecido se dice que estando la gente del pueblo esperando la llegada del cura para la misa preguntaron a la ama del cura a ver por qué no llegaba su hijo. Ésta les dijo que para la hora anunciada aparecería. Pero iba a dar la hora y el cura seguía sin aparecer, por lo que volvieron a preguntar a su ama dónde andaba su hijo. La madre dijo que no sabía dónde estaba, pues faltaba de casa desde hace dos días. Justo cuando iba a dar la hora, se vio venir como un gran bulto y volando, que parecía como si fuese un gran pájaro negro y cayendo al suelo en la misma puerta de la iglesia, apareció el cura, que quitándose toda la nieve que traía encima de su cuerpo al mismo tiempo que decía: "Cómo nieva en los montes de Oca".

9. LA TORRE DE ALOS

Esta leyenda está basada en unos versos que se cantaban en la zona de Deba y que datan de principios del siglo XV. Los versos, recogidos por Araquistain en 1865, cuentan la historia de la torre de Alos.

La torre de Alos era una importante casa solariega de Deba. Su dueño, Beltrán Pérez de Alos, se casó dos veces. De su primera mujer tuvo a una hija, hermosa y buena, a quien llamaron Uxue.

Al quedar viudo, el señor de Alos volvió a casarse y, tal como a veces sucede en los cuentos de hadas, la nueva señora no quería a Uxue, pero nada dejaba traslucir en presencia de su marido. El padre adoraba a su hija, y era correspondido por ésta.

Un día, Beltrán de Alos tuvo que partir a la guerra, y estuvo siete largos años lejos de su casa. A punto de regresar a sus tierras, recibió una carta de su mujer diciéndole que Uxue, la dulce paloma, había tenido un hijo ilegítimo, un hijo sin padre, y había llevado la deshonra a la torre de Alos.

Con el corazón triste, Beltrán regresó a su hogar. Ya se divisaba la torre a lo lejos cuando el señor de Alos decidió hacer un alto en una posada. Estando allí, entraron dos hombres comentando las últimas noticias.

—Parece que el señor de la torre vuelve de la guerra... —dijo uno.

—Sí, ¡y buena sorpresa va a llevarse! —añadió el otro—. Dejó a dos y ahora hay tres en la casa.

Beltrán no quiso oír más y se dispuso a salir de la posada, cuando escuchó de nuevo a los dos hombres.

—Dicen que el niño es hijo de Uxue.

—Eso dicen, pero el niño se parece más a la señora.

Preocupado por lo que acababa de escuchar, Beltrán decidió averiguar la verdad y, simulándose muerto, hizo que sus hombres lo llevaran a la torre. Pronto se extendió la noticia, y el lugar se llenó de parientes y amigos que lloraban la pérdida de tan noble señor.

En aquel entonces, era costumbre velar el cadáver durante la Gau-illa, la vela mortuoria, y los presentes, uno por uno, se acercaban al ataúd y decían lo que pensaban sobre el difunto en voz alta.

Uxue se acercó cuando le llegó el turno y besó la frente de su padre, luego entonó unos versos en los que ponía en evidencia que el niño nacido en Alos era hijo de la mujer de su padre y de un primo de éste, apodado “Cuervo Negro”.

Ya iba a abalanzarse el culpable contra Uxue para matarla y evitar así que continuase hablando cuando Beltrán de Alos, levantándose del ataúd, ante el estupor de todos, atravesó a “Cuervo Negro” con su espada y lo mató.

10. LA TORRE MISTERIOSA

Por razones históricas y religiosas que ahora no vienen a cuento, los judíos han sido siempre muy perseguidos y, en ciertas épocas, tenidos por magos capaces de malas artes. Aunque en Euskal Herria los casos de discriminación no han sido muy notorios, también hasta aquí llegó la ola de antisemitismo que se respiró en las regiones vecinas y que condujo a su aislamiento y, finalmente, a su expulsión.

El siguiente relato se basa en una leyenda del valle de Aramaiona.

En el hermoso valle alavés de Aramaiona se encuentra el pueblo de Ibarra, que antes se llamaba Zalgo, limitado en su zona norte por la peña de Anboto, conocida por ser una de las moradas de Mari, la diosa de los antiguos vascos.

En el año 1122 se extendió una gran preocupación en el valle. Hacía ya un año que un misterioso hebreo llamado Samuel, que vivía en Adurzaba, al pie del cerro de Gasteiz, se había presentado en Zalgo. Tenía una barba larga y blanca que le cubría el pecho; llevaba en la cabeza un birrete negro y en los pies unos escarpines de terciopelo rojo. Pero lo que más llamaba la atención a los habitantes del valle era que la túnica que vestía el misterioso personaje, desde el cuello a los pies, estaba bordada con hilo de oro y brillaba más que el sol.

Todas las tardes se sentaba junto a la fuente de Goikoerrota, mirando una y otra vez las peñas de Izpizte. Luego dibujaba unas líneas sobre un pergamino y se marchaba. Todos opinaban que estaban construyendo un palacio encantado sobre las peñas sin necesidad de obreros. Al cabo de algún tiempo, el judío Samuel dejó de ir a la fuente, pero los habitantes de Aramaiona descubrieron entre las hayas y los tejos las almenas de un maravilloso castillo, al que nadie se atrevía a acercarse.

Estaban los asombrados habitantes comentando el prodigio de la torre misteriosa cuando comenzaron a ocurrir cosas que aún les asustaron mucho más. Todas las noches, los vecinos podían ver cómo las ventanas de la torre se iluminaban en cuanto se ponía el sol; pero, aunque lo intentaban, nunca veían a nadie entrar o salir de ella.

Al llegar el verano, observaron que a medianoche salían de la torre blancos fantasmas montados en veloces caballos, también blancos, que atravesaban el bosque en dirección al caserío de Zalgogarai, para volver antes del amanecer.

El terror de los habitantes de Aramaiona iba aumentando de día en día, hasta que, finalmente, decidieron que fueran cuatro de los jóvenes más fuertes y valerosos a investigar lo que allí ocurría. No faltaron voluntarios, puesto que todos querían demostrar que no tenían miedo, aunque, por si acaso, fueron bien provistos de palos, cuchillos y hachas.

Al anochecer salieron de Zalgo en dirección a la torre, y se escondieron detrás de unas matas. Las ventanas de la torre se iluminaron como cada noche, pero no se veía a nadie cerca de ellas. La espera se les hizo interminable, pero, por fin, escucharon las campanadas de la medianoche. Al sonar la última se abrió el gran portón del castillo y salieron por él media docena de jinetes fantasmas a galope, pero el silencio era total, porque los animales ni siquiera rozaban la tierra con sus cascos. Al pasar por su lado, los jóvenes sintieron un viento helado en sus caras, y helado también se les quedó el ánimo.

Esperaron un momento y después se dirigieron hacia la entrada sin decir palabra. Recorrieron varios pasillos hasta llegar a un gran salón, pero el miedo los dejó paralizados. En medio de la habitación se encontraba una muchacha muy hermosa y muy pálida, vestida con una larga túnica dorada, con el cabello suelto y los pies descalzos. Estaba envuelta en una luz blanca muy intensa que iluminaba el salón y el resto del castillo.

Cuando los cuatro jóvenes iban a echar a correr, los detuvo la voz de la muchacha:

—¡Esperad! ¡No os vayáis! Soy Mariurraca, de la torre de Muntxaratz. Hace doscientos años maté a mi hermano Ibon y, desde entonces, estoy condenada a no morir. ¡Por favor! ¡Ayudadme!

Repuestos de la sorpresa y conmovidos por la tristeza de su voz, los jóvenes le preguntaron cómo podían ayudarla.

—Yo soy la luz de los espíritus que habéis visto salir de aquí. Al igual que yo, ellos están condenados a cabalgar durante toda la eternidad. ¡Iluminad la torre! Encended aquí mismo una gran hoguera cuya luz sea más fuerte que la mía; pero, ¡daos prisa!, porque si no, ellos volverán y nunca más podréis abandonar este lugar.

Los cuatro jóvenes dispusieron un gran haz de leña en medio del salón y le prendieron fuego. En pocos minutos, las llamas subieron hasta el techo. Mariurraca sonrió y comenzó a desaparecer, mientras decía:

—¡Gracias, amigos, gracias! Ahora ya puedo descansar.

Empezaba a amanecer y los jóvenes se encontraron de pronto en medio del campo. La torre había desaparecido. Sólo la hoguera seguía ardiendo. Los habitantes de Aramaiona no volvieron a ver a los fantasmas, y todos pudieron dormir tranquilos a partir de entonces.

Martinez de Lezea, Toti - Leyendas de Euskal Herria

11. LEYENDA DE ROLDAN Y EL GIGANTE FERRAGUT

Una de las leyendas más extendidas en el Camino de Santiago es la que nos cuenta la batalla entre Roldan y el gigante Ferragut.

Según nos cuenta la leyenda; cerca de la ciudad navarra de Nájera y en un cerro que lleva por nombre el Poyo de Roldan, sucedieron los hechos y fueron sus protagonistas Roldan sobrino del emperador franco Carlomagno y el gigante Ferragut.

Ferragut era un gigante musulman procedente de Siria, cuya principal caracteristica era su fuerza, valor e invulnerabilidad, no temiendo ni a nada ni a nadie.

Enterado Carlomagno de la existencia de este gigante, acudió con sus tropas a Najera, y una vez ambos ejercitos frente a frente, el gigante retó en singular combate a cualquier franco que quisiera combatir con él en singular combate. Carlomagno envió a varios de sus mejores paladines a combatir con Ferragut, pero uno tras otros fueron derrotados, sin que hubiera ningún combatiente en campo cristiano capaz de derrotarlo. Pidió permiso Roldan a su tio para combatir con el gigante y una vez obtenido el permiso empezó el singular combate.

Despues de un largo dia de lucha en los que ambos contendientes lucharon con especial esfuerzo, la batalla no estaba decidida. En la batalla rompieron sus espadas y lanzas y murieron sus caballos e incluso pelearon con piedras y puños, pero al finalizar el día la batalla no estaba decidida, por eso optaron por darse una tregua para seguir el combate al dia siguiente.

Durante el dia siguiente el combate continuó sin tregua, sin que ninguno de los contendientes pudiera dar como ganado el duelo, por lo que al atardecer decidieron un descanso para recuperar fuerzas, por lo que ambos se sentaron a descansar en el campo de batalla.

Durante el descanso los dos contricantes se pusieron a hablar sobre la fé de Roland, y la religión cristiana. En uno de los momentos de la conversación Ferragut confió a Roldan el secreto de su invulnerabilidad, este era que sólo podía ser herido en el ombligo.

Esta camaderia que en principios nos puede resultar chocante, es o era habitual entre caballeros tanto cristianos como musulmanes, y ambos aunque de distinta religión eran caballeros y como tal actuaban.

Una vez finalizado el descanso y vuelto al combate Roldan, conocedor del secreto del gigante Ferragut, se las ingenió para clavar su daga en el ombligo de su enemigo, matandolo y dando por finalizado el combate para las armas cristianas.

12. LEYENDA DEL PERRO NEGRO

Esta leyenda se cuenta en Bérriz (Vizcaya) y dice así:

Un muchacho joven iba a contraer matrimonio próximamente y llegando la hora de preparar su boda, estába repartiendo las invitaciones a sus familiares y amigos, cuando al pasar por el cementerio del pueblo se encuentra con una calavera que se le había caído del carro al enterrador. El muchacho le dió un puntapié a la calavera mientras decía "Tu tambié quedas invitada si puedes venir a mi boda mañana". Diciendo esto, prosiguió su camino para casa, pero cuándo se hallaba cerca de su casa vio aparecer a un gran perro todo color de negro, que se le quedaba rezagado. Pero en la mirada del perro había algo que era sobrecogedor e inquietante, que asustaba al muchacho.

Este contó a su madre lo que había pasado en el cementerio y lo que había hecho con la calavera humana, y como después se le apareció ese inquietante perro negro que lo seguía.

Su madre, alarmada le dijo:

- Vete, hijo, donde el cura.

La madre se asomó para ver si estaba el perro, y lo vio allí donde lo había dejado su hijo.

- ¡Vete, hijo, rápido y pide consejo al cura y cuando te confieses esta noche con el, cuéntale todo lo que te ha pasado, y que te diga lo que tienes que hacer con el perro.

Así lo hizo el muchacho.Fue a confesarse donde el cura y de paso le pidió consejo; este cura, que era un buen hombre y respetado por todo el pueblo, le dijo:

- ¡Mira hijo!, has hecho mucho mal, pues no tenías que haber pegado el puntapié a la calavera, pero creo que tiene solución: Cuándo comience el banquete coges al perro y lo pones debajo de la mesa al lado tuyo y toda la comida que se vaya a comer,primero se la servirás a él antes que a los demás comensales, y si eso haces, no temas, que Dios te habrá perdonado.

Se celebró la boda y cuando fueron al banquete el novio cogió al perro y lo colocó debajo de la mesa al lado de el, y según salían los primeros platos, él le iba dando primero al perro su ración, y viéndolo uno de sus hermanos, le dijo:

- Andas dándole al perro lo mejor de cada manjar.

Así le empezaron a preguntar los demás comensales pero el muchacho replicó:

- Yo se lo que hago, y no me preguntéis porqué lo hago.

Una vez terminado el gran banquete,el muchacho miró al perro y éste le dijo:

- Bien hiciste en cumplir lo que te ordenó el cura, pues si no lo hubieses hecho, hubieras sufrido un gran castigo, pues yo soy el guardián de mi amo. El me mandó venir a que tu hicieses desagravio por la falta que cometiste.

Dicho esto, el gran perro negro desapareció de la vista de todos y así, siempre se dijo en el Pueblo Vasco que los perros siguen a sus amos aun después de muertos éstos, pues ellos son los guardianes de sus huesos.

13. LA MORA DE ZALDIARAN

Hace muchos, muchos años, el castillo de Zaldiaran, en Alava, era una hermosa edificación de la que hoy, desgraciadamente, sólo quedan las ruinas.

Don Pedro, señor del castillo, era respetado y amado por sus gentes debido a su valor y buen hacer en la defensa y administración de las tierras que gobernaba. Estaba casado con Doña Asona y su vida transcurría plácidamente.

Pero, después de un largo período de paz los moros que ocupaban la zona de la Rioja volvieron a penetrar en Alava y el señor de Zaldiaran, al igual que otros muchos, tuvo que disponer a sus hombres para la lucha.

Don Pedro se distinguía por su bravura al entrar en combate con el enemigo. Siempre iba a la cabeza de los suyos y nunca permitía que otro ocupase su lugar en los momentos de peligro. Pero un día durante un combate especialmente duro, fue herido por un moro que le atravesó el costado con su lanza. El caballero cayó del caballo sin sentido. Al ver a su señor en el suelo cubierto de sangre, sus soldados le creyeron muerto y emprendieron la retirada. Pronto llegó la mala noticia al castillo de Zaldiaran y todos lloraron con Doña Asona la muerte de tan querido señor.

Don Pedro abrió los ojos, intentó moverse pero el dolor del costado se lo impidió.

-No te muevas, la herida no se ha cerrado.

La que así le hablaba era una joven mora, hermosa como un sueño, que le sonreía mientras le arreglaba las sábanas. Don Pedro intentó hablar pero tenía la boca seca.

-No hables. Estas en una fortaleza de los Banu Kasi y temo que tendrás que quedarte aquí durante mucho tiempo.

El señor de Zaldiaran se curó pero lo mantuvieron como rehén al igual que a otros caballeros alaveses cogidos prisioneros. Durante cuatro largos años estuvo Don Pedro en aquella fortaleza sin poder comunicarse con los suyos y le hubiera resultado muy duro el cautiverio si no hubiera sido por la joven mora que le había cuidado. Era tan dulce y tan hermosa que Don Pedro no tardó en enamorarse de ella. De aquellos amores nacieron dos niños y el caballero llegó a olvidar su casa y su esposa, Doña Asona, que, en Zaldiaran, lloraba su perdida.

Pero al igual que llegó la guerra, llegó la paz y los rehenes fueron liberados. Don Pedro sintió una gran necesidad de regresar a su hogar.

Partió pues, no sin antes prometerle a su amada que regresaría para buscarla a ella y a los niños. La mora le vió marcharse con lágrimas en los ojos.

El regreso de Don Pedro de Zaldiaran fue una fiesta. Doña Asona no cabía en sí de felicidad; los parientes y amigos y todas las personas del castillo festejaron durante muchos días la vuelta del que creían muerto.

Don Pedro no volvió a acordarse de su otra mujer, la mora, y de los hijos que había tenido con ella. Dejó el castillo y se fue a vivir a Gasteiz en donde ocupó un cargo importante al lado del Conde de Alava.

Pero la mora no le había olvidado. Esperó el regreso de su amado.

Esperó y esperó y pasaron otros cuatro años. Entonces decidió ir en su busca. Cogió a sus hijos y se encaminó por tierras alavesas hasta llegar al castillo de Zaldiaran. El castillo estaba deshabitado.

-Esta es su casa y algún día volverá y nosotros estaremos aquí.

Pensó la mora y se sentó a esperarle en los escalones de la entrada.

Pero Don Pedro no volvió.

Pasaron muchos años, siglos. Un día, una pastora que andaba con su rebaño por los alrededores de las ruinas del castillo vió algo que le dejo asombrada: allí, en lo que antaño había sido la puerta principal, estaba sentada una señora y a su lado dos niños jugaban tranquilamente. Los tres llevaban unas ropas extrañas y la señora se peinaba sus largos cabellos negros con un peine de oro que brillaba al sol. La pastora se acercó llena de curiosidad pero, en cuanto la vieron, los tres desaparecieron entre las ruinas. La joven cogió el peine de oro que, en la huida, había olvidado la extraña dama. Lamó pero nadie le contestó así que se guardo el peine y fue a recoger el rebaño para volver a casa.

No había andado ni cien metros cuando oyó una voz que le decía:

-Dame mi peinedere.

Al volverse vió que la mora le seguía. Sintió miedo y echó a correr pero la mora le seguía, siempre a la misma distancia, repitiendo:

-Dame mi peinedere.

La pastora tiró el peine al suelo y siguió corriendo sin volver la vista atrás.

Desde entonces, muchos han sido los que han querido ver a la mora y a sus hijos pero no lo han conseguido.


Sacado del libro "Leyendas Vascas: Alava" Recopilación: Ittxaropena M. de Lezea. EREIN. 1988.

P.D.: Don Miguel de Barandiaran habla de esta mora en su libro "El Mundo en la Mente Popular Vasca"

14. LA LEYENDA DEL PERRO PASTOR DE LEGAIRE

Cuenta una leyenda de la Sierra de Entzia, que en una de las chozas de las Campas de Legaire hace muchos años, cuando aún abundaban en nuestra tierra los lobos, vivía un pastor con su rebaño y un hermoso y hambriento perro de raza "pastor vasco rojillo" llamado Oski.

Un día que el pastor tenía que bajar a Agurain para aprovisionarse de comida para una temporada, dejó al perro al mando del rebaño. Pasó el día en el pueblo y al volver con las provisiones, se encontró con un espectáculo aterrador, el rebaño que había dejado tranquilamente pastando se encontraba totalmente atemorizado, algunas de la ovejas se encontraban salvajemente heridas y otras yacían muertas, habían sido atacadas brutalmente por algún animal.

El pastor al no ver a Oski, creyó que el causante de la barbarie era su hambriento perro, enfurecido cogió su escopeta y fue en su búsqueda, en ese preciso momento el can apareció entre las hayas cubierto de sangre, al verlo con la boca llena de sangre, éste interpretó que había sido su perro el causante de la masacre, el pastor fuera de sí y lleno de furia le disparo con su escopeta.

Al poco tiempo salió corriendo, buscando más ovejas heridas y se encontró con un enorme lobo muerto y se dio cuenta de su gran error, la sangre que traía el perro pastor era de la lucha que había mantenido con el lobo y no por haber atacado a sus ovejas.

Cuando el pastor se dio cuenta de lo que había hecho con su fiel perro y que había sido el lobo quien había atacado al rebaño, cogió la escopeta instintivamente y aguantando el gatillo se apuntó con ella, en ese mismo momento antes de que se volara la cabeza, el pastor contempló como el perro, todavía atontado, por el tiro que le había dado de refilón en la cabeza se levantaba e iba hacia él dispuesto a olvidar la injusticia y perdonar su gran equivocación... y de paso seguir matando lobos.....

Cuentos y leyendas de Entzia.

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15. EL UNGÜENTO DE LA BRUJA

Al igual que sucede en Nafarroa, en las zonas del sur de Araba no se conservan tantas leyendas como en el norte. Tal vez esto se deba también a que están menos pobladas y a que la influencia de otras culturas ha sido más fuerte en esta zona.

Sin embargo, existen algunas leyendas de “moros y cristianos”, cuyas raíces se encuentran seguramente en la larga convivencia y las luchas que mantuvieron unos y otros.


Hace muchos siglos, cuando los alaveses sostenían duras batallas contra los musulmanes que habían atacado sus tierras, tuvo un hecho singular en la zona de Zaitegi (Cigoitia).

En una ocasión en la que los alaveses habían causado muchas bajas al ejército enemigo y esperaban que éste se rindiese o se retirase, se encontraron con la sorpresa de que, al día siguiente, el ejército musulmán era igual de numeroso que la víspera. De nuevo volvieron a luchar y a vencer, dejando el campo lleno de cadáveres, pero al amanecer el enemigo volvió a presentar batalla con el mismo número de soldados que los dos días anteriores.

Una y otra vez ocurría lo mismo, hasta que, un día, un soldado alavés decidió averiguar la razón de hecho tan misterioso. Después de la batalla, y mientras sus compañeros dormían, el joven se quedó de centinela, sin perder de vista el campo enemigo.

A medianoche apareció una sombra, que se agachó junto a uno de los soldados musulmanes que había muerto aquella misma tarde, cogió un poco de ungüento de un pucherillo de barro que llevaba, untó con los dedos las heridas del muerto y, al momento, éste se levantó como si acabase de dormir una siesta.

El alavés no creía lo que veían sus ojos. Acercándose con sigilo, pudo comprobar que se trataba de una bruja que había sido expulsada de Araba debido a sus malas artes y que, para vengarse, vivía con los enemigos y los resucitaba para que pudiesen vencer a los alaveses.

Sin pensárselo dos veces, el joven cogió su lanza y atravesó con ella a la bruja y al musulmán recién resucitado. Los dos cayeron muertos. Cogió entonces el puchero y untó la herida de la vieja con un poco de ungüento para ver si realmente funcionaba. La bruja resucitó al instante y le dijo:

—¡No me mates otra vez, por favor! Yo te enseñaré a hacer este ungüento prodigioso.

Pero el soldado, sin hacerle caso, le clavó la lanza y la mató definitivamente.

Muy contento por lo que acababa de averiguar, el joven corrió a su campamento y les contó a los demás lo que había ocurrido. Los otros no podían creérselo; entonces, él les dijo:

—Matadme y luego me untáis bien las heridas con este ungüento. ¡Ya veréis!

Naturalmente, sus compañeros no querían hacerlo, pero él insistió tanto que, al fin, lo mataron; después, lo untaron bien con el ungüento, y al punto resucitó.Rápidamente, utilizaron la pócima mágica para resucitar a todos los alaveses que habían muertos durante los días anteriores, y esta vez vencieron a los musulmanes para siempre.

¿Y qué pasó con el ungüento? Bueno..., se les acabó y no se les ocurrió guardar un poco para hacer más, así que la fórmula mágica se perdió, y aunque muchos han sido los que han intentado descubrirla, que nosotros sepamos, nadie lo ha conseguido..., todavía..

16. EL ZAPATERO Y EL BANDIDO

Un zapatero aprisiona al bandido de Lapurzulo


Lapurzulo está en Gorbeia. Hay allí una cueva terrible y en ella vivía un bandido al que no conseguían coger.

Cierto día, apareció por allí un zapatero y el bandido le dijo:

- ¿Qué haces por aquí?

El otro le dijo:

- Estoy desesperado. ¡Tengo muchos hijos y no me llega para alimentarles!

El bandido le respondió:

- ¡Pues quédate conmigo y te diré cómo se puede vivir bien!

Luego, el bandido le enseñó cómo robaba él, cómo había que ir a robar y cómo se podía soltar en caso de que le ataran. El bandido le ató al zapatero y le dijo:

- Bueno, ¡ahora suéltate!

Y se soltó, el zapatero consiguió soltarse. Luego, el zapatero le ató al bandido y lo hizo tan bien, que el otro no se podía soltar; el zapatero le insistía:

- ¡Suéltate!

Pero el otro no podía y, entonces, el zapatero vino al pueblo, diciendo:

- ¡¡Yo he capturado al bandido!!

Y le dieron un premio.

Gorbeia inguruko Etno-Ipuin eta Esaundak”, de ETXEBARRIA, J. M. Bilbao, 1995.

17. El Basilisco del Pozo

En el pueblo alavés de Caicedo se cuenta que, en el mismo sitio donde se encuentra el lago, había hace tiempo un rico caserío que se hundió en la tierra porque sus habitantes no quisieron socorrer a una pobre mendiga.

En Mendoza de Araba existe un barrio llamado Urrialdo que hace muchos años estaba muy poblado, tenía numerosas casas y era un lugar próspero y rico. Un día, sin embargo, ocurrió algo que angustió y acabó con la alegría de los habitantes de Urrialdo. Una serpiente robó un huevo de gallina y lo empolló. Llegado el momento, el huevo se rompió, y de él salió un basilisco. Tenía el tamaño de un gato, su cabeza parecía la de un gallo con dientes, su cuerpo era de serpiente, tenía unas alas llenas de espinas y su cola era larga y puntiaguda como una lanza.

El basilisco es el animal más terrible que existe, y sus armas son sus ojos y sus dientes. La mirada del basilisco es mortal, hace que las plantas se marchiten, que los árboles se sequen y que los pájaros caigan en pleno vuelo. La única planta capaz de resistir su mirada es la “hierba de gracia” (boskoitza), que cura las heridas causadas por los dientes del basilisco. Y sólo hay dos animales capaces de vencerlo: el gallo y la comadreja. El horrible animal muere al oír el canto de un gallo o cuando la comadreja le da un mordisco. Pero los habitantes de Urrialdo no lo sabían.

El basilisco apareció un buen día en el pozo, sentado encima de un tronco que flotaba en el agua. Las primeras en verlo fueron dos mujeres que se acercaron a lavar la ropa.

—¿Qué es eso que hay en medio del agua? —preguntó una.

—Pues..., no sé... Yo diría que es un gallo... —respondió la otra.

—¿Un gallo en medio del agua? ¿Dónde se ha visto algo igual?

En eso, el basilisco clavó su mirada en ellas, y dos segundos más tarde estaban muertas. El monstruo desapareció.

Nadie podía explicar aquellas muertes, y el temor empezó a apoderarse de los habitantes de Urrialdo cuando, al día siguiente, apareció un hombre muerto, y luego otro, y otro...

Todas las muertes tenían lugar cerca del pozo, pero nadie había visto nada raro, así que decidieron mandar a un mozo para que vigilase. Aún no había amanecido y el joven se subió a un árbol y esperó, oculto entre las ramas.

Cerca del mediodía, vio un carruaje que se acercaba por el camino del pozo. Los viajeros contemplaban el paisaje y hacían comentarios sobre las casas. En eso, se fijaron en el lago y al instante, emergiendo entre las aguas, apareció el basilisco. Su mirada se clavó en el carruaje y, antes de que el mozo que estaba en el árbol pudiera darse cuenta de lo que ocurría, el vehículo y sus ocupantes desaparecieron. Martín se quedó con la boca abierta del asombro, se frotó los ojos creyendo que estaba soñando, miró de nuevo al lago..., pero el basilisco había desaparecido.

Al enterarse de lo ocurrido, todos los habitantes de Urrialdo comenzaron a temblar de miedo. No sabían cómo luchar contra un ser tan poderoso y decidieron marcharse del pueblo, porque lo más importante era seguir vivos. Sólo unos pocos se atrevieron a quedarse allí.

Pero el tiempo pasaba, las casas abandonadas iban cayéndose de viejas y los que habían decidido quedarse eran cada día más pobres, porque tenían miedo a salir y encontrarse con el basilisco, y tampoco se atrevían a utilizar el agua del pozo. Los animales andaban sueltos, tratando de encontrar comida porque sus dueños ya no se ocupaban de ellos. Cuando se acercaban al pozo para beber, aparecía el basilisco y los mataba con la mirada.

Un día, un viejo gallo al que casi ya no le quedaban plumas, se acercó al pozo. El basilisco apareció y se lo quedó mirando, pero su mirada nada podía contra el viejo gallo, que también lo miró, y así estuvieron durante un buen rato. Creyendo el gallo que aquel otro había ido a quitarle el puesto de jefe en el gallinero, cogió aire, hinchó el pecho y cantó tan fuerte como cuando era joven.

El basilisco se convirtió en estatua de piedra, se rompió en varios cachos y se hundió en el agua.

Nunca más se ha visto un basilisco en la región, pero los habitantes que se habían marchado no regresaron, y el pueblo de Urrialdo no volvió a conocer la prosperidad que una vez tuvo.

18. LA CUEVA DE LA MORA

La zona sur de Nafarroa no es tan rica en leyendas como la zona norte. Esto puede que se deba a dos motivos principalmente: que es una región poco poblada y que, a lo largo de la historia, ha existido un mayor contacto que en el resto de Euskal Herría con otras poblaciones no vascas: romanos, godos, musulmanes...

En todo caso, en las leyendas de esta zona los protagonistas suelen ser musulmanes y cristianos, como consecuencia de la larga convivencia entre los dos pueblos.


Cerca de la localidad de Fitero, en lo alto de una escarpada roca, dominando el valle por donde cruza el río Alhama, se encuentran las ruinas de un antiguo castillo. A orillas del río hay una cueva profunda llamada “Cueva de la Mora”, la cual, según creencia popular, se comunica con el castillo por medio de un pasadizo subterráneo.

En tiempos de la dominación árabe, el castillo estaba ocupado por soldados musulmanes. Las luchas entre ellos y los navarros eran muy frecuentes.

En el curso de una de estas batallas, un jefe de los navarros fue herido, hecho prisionero y encadenado en un calabozo. Hubiese muerto sin la ayuda de la hija del alcaide de la fortaleza. Los dos se enamoraron, como suele ocurrir en este tipo de historias.

Pasados algunos meses, la familia del prisionero pudo reunir el rescate y liberarlo.

De nuevo en su casa, el joven navarro no podía olvidar a su amada, y decidió entonces organizar una batida contra el castillo, a fin de apoderarse del mismo y volver a reunirse con la joven.

El intento tuvo éxito. Los navarros conquistaron el castillo, hicieron huir a los soldados que lo defendían y los dos enamorados pudieron reunirse de nuevo. Pasaron unos días en los que la dicha de los amantes fue total, pero, mientras tanto, los musulmanes habían conseguido refuerzos y regresaron con la intención de recuperar el castillo. Los navarros se defendieron con furia y valor, pero eran menos numerosos que sus adversarios, y esta vez la victoria fue para los musulmanes.

El joven jefe de los navarros fue herido durante la pelea y, al ver lo que ocurría, la joven enamorada corrió hacía él, y con mucho esfuerzo lo arrastró hasta un pasadizo secreto, llevándolo hasta una cueva a orillas del río. Una vez allí, trató de curarle la herida, pero el guerrero sangraba mucho y necesitaba agua, así que cogió su casco para recoger un poco de agua del río.

Entretanto, los vencedores buscaban en el castillo a la hija del alcaide, que había desaparecido, pero, claro está, no la encontraron. En eso, uno de los vigilantes observó, desde la almena, brillar el casco del navarro y, creyendo que era un enemigo que intentaba huir, disparó una flecha. El arquero tenía buena puntería y dio en el blanco. La joven enamorada fue herida de muerte. Arrastrándose, consiguió llegar hasta la cueva y cayó muerta al lado el hombre que amaba, el cual también murió después de acariciar el largo cabello de la Muchacha.

Los cuerpos quedaron allí, mientras sus almas encontraban la paz que en vida no hallaron. Desde entonces, se ha visto una hermosa doncella mora vestida de blanco que, con una jarra bajo el brazo, se dirige al río, llena la jarra de agua y regresa a la cueva. Muchos creen que es el espíritu de la joven enamorada y nadie se atreve a entrar en dicha cueva.


19. ZIRIPOT

Lantz, Nafarroa

El carnaval de Lantz es muy famoso por su originalidad, por su colorido y por todo lo que de misterioso y ancestral encierran sus personajes, representados por los mozos de este pueblo navarro.

Miel-Otxin es un muñeco de paja provisto de una máscara y un gorro alto en punta, que está cubierto de papeles de colores. Es llevado en hombros por uno de los mozos.

Zaldiko es representado por un mozo con un armazón sujeto a la cintura en el que se representan una cola y una cabeza de caballo. Lleva una gorra de paja y la cara tiznada.

Los txatxoak son mozos vestidos con trajes y telas de colores vistosos y gorros de paja o acabados en punta. Llevan la cara tapada y escobas o palos en las manos.

Los perratzaileak van totalmente cubiertos con tela de saco y llevan un caldero con brasas para herrara Zaldiko.

Ziripot es un mozo vestido con un saco grande relleno de paja. Lleva la cara tapada con un pañuelo y apenas puede andar.

La siguiente narración se basa en la interpretación de los personajes del carnaval.

Hace tiempo vivía en el pueblo de Lantz, en Nafarroa, un personaje muy popular al que llamaban Ziripot. Era un hombre grande y gordo que casi no podía andar ni tampoco trabajar, así que, para ganarse la vida, contaba viejas historias o cuentos y sus vecinos, quienes, a cambio, le regalaban comida.

—¡Mira, mira, Ziripot, lo que te traemos hoy!

Y le enseñaban una cesta llena de verduras, frutas y algún que otro pollo.

—¡Cuéntanos un cuento!

—¡Que sea divertido!

—¡No, no! Hoy queremos una historia de amor.

—¡Bah! Mejor una batalla.

Y así pasaron los meses y los años hasta que, de pronto, un día apareció en Lantz un gigante llamado Miel-Otxin. Era feroz y malvado, abusaba de las gentes y les robaba todo lo que tenían. Con él iba una criatura extraña, mitad hombre y mitad caballo, cuyo nombre era Zaldiko.

Los dos se establecieron en Lantz y exigieron que el pueblo se sometiera a su voluntad. Todos los días, Miel-Otxin y Zaldiko se situaban en medio de la plaza, los herreros ponían herraduras nuevas en las patas del centauro y los habitantes del lugar, atemorizados, desfilaban uno por uno delante del gigante y su ayudante, depositando a sus pies todo cuanto poseían.

Sólo Ziripot no podía llevar nada, porque nada tenía.

—¡Eh! ¡Tú! ¡El gordo! ¡Ven aquí!—gritó Zaldiko.

Pesada y lentamente, Ziripot se acercó.

—¿Por qué no traes nada? —le preguntó el hombre-caballo, haciendo restallar su látigo.

—No tengo nada —fue su respuesta.

Furioso, Zaldiko se abalanzó sobre él y lo golpeó con rabia una y otra vez, hasta que el pobre Ziripot cayó a tierra. Intentó levantarse pero no pudo, debido a su enorme peso. Unos cuantos vecinos intentaron ayudarle, pero Zaldiko, con su látigo, no les dejó acercarse. Se hizo de noche, la plaza quedó desierta y el gordo Ziripot quedó en medio de ella sin poder moverse.

Ya pensaba en que tendría que quedarse allí cuando, de entre las sombras, fueron apareciendo los vecinos, que sigilosamente le ayudaron a levantarse y lo llevaron a su casa.

—¡Esto no puede seguir así! —dijo uno.

—¡Nos van a dejar sin nada! —añadió otro.

—¡Hay que encontrar una solución! —exclamó un tercero, y todos quedaron en silencio.

—Una vez —comenzó diciendo Ziripot—, una gran piedra cayó rodando desde el monte y fue a parar delante de un caserío, tapando la entrada. El dueño intentó, desde dentro, mover la piedra, pero era muy pesada y no pudo. Salió por la ventana e intentó moverla desde fuera, pero tampoco pudo, pues la piedra seguía siendo igual de pesada. Pasó muchos días pensando en cómo solucionar su problema, hasta que se le ocurrió pedir ayuda. Llamó a sus vecinos y entre todos quitaron la piedra.

Los vecinos se miraron unos a otros, cogieron todo lo que encontraron a mano: estacas, azadas, layas, horcas..., y fueron en busca de Miel-Otxin y de Zaldiko. Este último pudo escapar gracias a sus patas de caballo, que corrían velozmente, pero el gigante fue capturado. Los vecinos lo condenaron en juicio público, lo ahorcaron y quemaron sus restos en la plaza.

Lantz recobró la tranquilidad y Ziripot siguió contando cuentos y leyendas hasta el fin de sus días.

Martinez de Lezea, Toti - Leyendas de Euskal Herria

20. EL HOMBRE Y LA CULEBRA

Sucedió en Ormazareta. Un pastor había llevado a apacentar a sus ovejas. De pronto, apareció ante sus ojos una cría de culebra. Tan simpática le resulto al pastor aquella pequeña culebra que se la llevo a su choza y le enseño a beber suero.

Todos los días, a partir de entonces y a una hora tija, la cria de culebra visitaba la choza del pastor para beber su ración de suero.

A la entrada el invierno, los pastores abandonan sus solitarios refugios para bajar al poblado. Pero el pastor de Ormazareta no abandonaba del todo a su simpática culebra. Cada vez que, con la primavera, subía a la montaña, llamaba con un silbido a la culebra y la culebra volvia fiel a la cita

del pastor.

Aconteció, mas tarde, que el pastor vendió su rebaño de ovejas y ya dejo de subir a Aralar.

Andando el tiempo, y con ocasión de una excursión a San Miguel de Aralar en compañía de unos amigos, el antiguo pastor, al pasar por Ormazareta, dicen que les aseguro a sus compañeros: <<A que hago aparecer allá un monstruo».

Naturalmente, los excursionistas no aceptaron con facilidad la aseveración de su compañero. Pero, ¡eh aquí!, que el antiguo pastor lanzo un largo silbido y, de pronto se presento ante sus ojos una gigantesca culebra.

El pastor se acerco confiado a la culebra, pero la culebra, al no encontrar el suero que esperaba, salto sobre el hombre y, enroscándole desde los pies hasta el cuello, lo ahogo.

ANTOLOGIA DE FABULAS, CUENTOS Y LEYENDAS DEL PAIS VASCO.

DE BARANDIARAN IRIZAR, LUIS

21. LA YEGUA BLANCA

Atharratze (Tardets), Zuberoa

Según cuenta J. M. de Barandiaran en su obra Diccionario ilustrado de la mitología vasca, el caballo era un animal muy apreciado por los antiguos vascos, que incluso determinó algunas formas de expresión o símbolos de su vida espiritual. Ciertos genios subterráneos eran representados en forma de caballo.

En la región de Atharratze existe la creencia de que de la cueva de Laxarrigibele, cerca de Alzai, sale un genio en forma de caballo blanco. Existen varios relatos en los que aparecen caballos, casi siempre blancos, aunque también se dan casos de “suzko zaldiak” o caballos de fuego.

La siguiente narración se cuenta en la zona de Lapurdi.

Erase una vez un hombre que tenía tres hijas. Un día algo le molestó detrás de una oreja, y pidió a su hija más pequeña que mirase lo que era. La hija, Anderkina, encontró un piojo. El hombre ordenó que metiesen el piojo en un puchero pero, al poco tiempo, el piojo engordó tanto que reventó el puchero. Entonces metieron al piojo en una barrica, y también reventó la barrica. Entonces mataron al piojo y pusieron su piel colgando de una ventana.

El hombre hizo saber que daría la mano de una de sus hijas a quien adivinase a qué animal pertenecía la piel. Como era rico, no faltaron los pretendientes, pero ninguno supo dar la respuesta correcta

Finalmente, un día apareció un hombre extraño vestido con un traje de oro y, plantándose delante de la casa, gritó:

—¡Ésa es la piel de un piojo!

El padre, encantado de poder contar con un yerno tan listo, le pidió que eligiese por esposa a una de sus tres hijas, pero el hombre extraño vestido con un traje de oro contestó que lo haría después de la cena.

Algo más tarde, la joven Anderkina salió al jardín para coger unas flores con las que adornar la mesa. Al pasar por delante del establo oyó una voz que la llamaba. Sorprendida, miró y sólo vio a la yegua blanca de su padre.

—No te asombres —le dijo la yegua—. Sólo quiero advertirte que el hombre vestido con un traje de oro es el diablo, y es a ti a quien elegirá como esposa. ¡Acuérdate de lo que voy a decirte! Cuando tu padre te ofrezca dinero, dile que no lo quieres, que quieres la yegua blanca.

Y, en efecto, después de la cena, el diablo pidió a la hija más pequeña por esposa, y anunció que debían partir inmediatamente. Tal y como la yegua había dicho, el padre de la joven le ofreció todo el dinero que deseara, pero Anderkina le pidió la yegua blanca.

Al ira montarse en la carroza del diablo, la joven pidió que la dejasen hacer el viaje montada en la yegua, y así se hizo. Habían recorrido ya un trecho cuando la yegua pateó el suelo y la tierra se abrió en dos.

—¡Entra ahí durante siete años! —gritó la yegua.

Al instante, la carroza y el diablo desaparecieron en el interior de la tierra, quedando Anderkina y la yegua en la superficie.

—Tendrás paz durante siete años —le dijo el animal a la joven, y los dos continuaron el viaje.

Tras mucho caminar, divisaron un castillo.

—¿Qué te parece si nos detenemos aquí? —preguntó la yegua—. En este castillo vive un joven caballero con el que te casarás.

Como había profetizado la yegua blanca, el joven caballero se enamoró de Anderkina, y poco después se casó con ella en medio de grandes festejos.

—Es hora de que yo me marche —le dijo la yegua a la recién casada después de la boda—, pero, antes, quiero darte esta xirula como regalo. Tócala cuando tengas algún problema, y yo acudiré enseguida.

Anderkina se encontró con una pequeña flauta de oro en las manos, pero cuando levantó la vista del instrumento, el caballo había desaparecido.

La joven y el caballero vivieron felices y tuvieron dos hijos. Pero un día el marido tuvo que ir a la guerra. Anderkina y sus hijos se quedaron en el castillo esperando su vuelta.

Habían transcurrido ya siete años, y una mañana, el diablo se presentó ante la mujer.

—¡Sigúeme! —le ordenó—. Ahora tendré tres almas en lugar de una.

Anderkina no tuvo más remedio que seguirle con sus dos niños. Anduvieron un largo trecho y penetraron en un bosque muy oscuro.

—Aquí es donde vais a morir —le informó el diablo.

—Deja que antes toque la xirula para mis hijos —le rogó ella—. Será nuestra despedida.

El diablo aceptó la petición, y entonces Anderkina se llevó la flauta de oro a los labios. Había tocado un par de notas cuando apareció la yegua blanca.

—¡Ah! ¡Aquí estás de nuevo! —exclamó la yegua al ver al diablo—. ¡Ya no harás más daño a nadie!

Y golpeando la tierra con sus pezuñas, gritó:

—¡Tierra! ¡Ábrete y trágate al diablo para siempre!

La tierra se abrió y se tragó el diablo.

—Ahora puedes regresar a tu casa, querida amiga —dijo la yegua blanca—. Ya no me necesitarás nunca más.

El maravilloso animal desapareció, y Anderkina volvió al castillo con sus hijos. Allí esperaron el regreso del caballero, a quien relataron lo ocurrido y vivieron felices hasta el final de sus días.


22. EL FORZUDO DE ARBURO

Arburo, Araba

En la época en que los romanos invadieron la Península Ibérica hubo varios reductos a los que no pudieron o no quisieron someter, entre ellos la zona montañosa de Euskal Herria. No vamos a entrar en las razones históricas, pero sí diremos que vascos y romanos llegaron a un acuerdo por el cual a estos últimos se les permitió construir varias calzadas de paso hacia las Galias (Francia) y a los puertos del Cantábrico.

Hace más de dos mil años los romanos invadieron la Península Ibérica. Fueron conquistando todas las tierras que encontraron en su camino y derrotando a los pueblos que se oponían a la invasión. Pero al llegar a las actuales Araba y Nafarroa se dieron cuenta de que la conquista no les iba a resultar nada fácil. Aunque al principio la resistencia era poca, dado que las zonas son llanas, a medida que avanzaban iban encontrándose con una oposición cada vez más grande.

Los vascos siempre han sido gentes independientes que no han hecho guerras de conquista, pero que tampoco han dudado en defenderse cuando otros han intentado someterlos. Tampoco tenían un ejército de soldados bien entrenados, ni armas y, desde luego, eran muchos menos que los romanos. Sin embargo, manejaban bien la espada corta y una lanza pequeña, la azkona, y habían desarrollado una forma de lucha llamada “guerra de guerrillas”, que consistía en no hacer frente al enemigo, sino en atacarlo por sorpresa en lugares y momentos inesperados.

Los romanos se vieron sorprendidos por este tipo de lucha con la que, a pesar de ser muy superiores en número, no podían acabar, y esto les costaba tiempo, hombres y dinero, por lo que decidieron hacer un trato con aquellos salvajes, como los llamaban, de largos cabellos y barbas, vestidos con pieles y que, como única protección, llevaban escudos hechos con piel de cabra. Acordaron celebrar dos combates: uno en Euskal Herria y el otro en Roma. Del combate en nuestra tierra no hay noticia, pero sí del otro. Para ir a Roma, los vascos eligieron a los hombres más fuertes y a los mejores luchadores.

En el pueblo de Arburu, cerca de Vitoria-Gasteiz, vivía un campesino que únicamente se ocupaba de sus tierras y animales. Era un hombre colosal. El hombre más alto le llegaba al codo. Era tan fuerte como grande, y él solo podía hacer el trabajo de cuatro bueyes tirando del arado. No tenía familia, y nadie sabía de dónde venía, por lo que sus vecinos estaban convencidos de que era un gentil, un gigante pagano llegado de las montañas; pero como era discreto y colaboraba en las tareas del pueblo, todos lo querían y respetaban.

La existencia de este gigante llegó a oídos de los jefes vascos que estaban preparando el viaje a Roma. Fueron a verlo para pedirle que se uniera el resto de los luchadores, pero el Forzudo de Arburu se negó.

—Yo no soy un soldado —les dijo.

De nada valieron las razones que le dieron los jefes. Él insistía en que era un labrador y no un soldado. Desalentados, los jefes se marcharon.

Aquella noche, el Forzudo de Arburu durmió mal, y tuvo un sueño extraño. Vio que las espigas de trigo empezaban a brotar en su campo. En eso, llegaba una bandada de cuervos y empezaban a picotear y a destrozar las espigas. Él salía de la casa e intentaba ahuyentar a los pájaros, pero cada vez llegaban más y más. Entonces veía a lo lejos a los jefes vascos e iba corriendo a pedirles ayuda, pero los jefes le contestaban:

—Nosotros no somos labradores, ¡arréglatelas como puedas!

El hombre se despertó sudoroso.

—Ellos me necesitan y yo les necesito a ellos —pensó; y, sin más, dejó su casa y fue a unirse a los luchadores.

En Roma, los vascos fueron tratados con cortesía, aunque su aspecto feroz fue motivo de comentarios y asombro por parte de los finos romanos.

Llegó el día del combate. El gran Coliseo estaba lleno hasta los topes. Salieron a la arena cincuenta vascos y cincuenta romanos. Los vascos, con sus espadas cortas y sus escudos de piel de cabra; los romanos, con corazas, cascos y las mejoras armas del Imperio.

Los hombres lucharon a muerte, pero el coraje de los vascos no podía hacer nada ante las armaduras romanas e iban cayendo uno a uno, entre el griterío de los espectadores romanos que animaban a sus soldados. Todo el mundo estaba seguro de la victoria romana, cuando el Forzudo de Arburu gritó:

—Sabelean!!! (“¡Al vientre!”).

En pocos minutos, el combate tomó un aspecto totalmente distinto. Los vascos atacaban a los romanos al vientre, justo debajo de la coraza, que sólo les cubría el pecho. Poco después, los cincuenta romanos yacían muertos sobre la arena. Tampoco quedaban muchos vascos, pero habían ganado el combate. Sin embargo, el jefe romano exigió una nueva prueba.

—Ganaréis si el más fuerte de entre vosotros vence al hombre más fuerte de Roma —dijo.

Los vascos estaban cansados y heridos, pero tuvieron que aceptar y eligieron al Forzudo de Arburu para enfrentarse a un romano tan grande y fuerte como él. Ninguno de los dos tenía armas, así que luchaban sólo con las manos. Pero el romano se había untado de grasa todo el cuerpo y cada vez que el Forzudo de Arburu intentaba agarrarlo, el otro se escurría con facilidad, hasta que el vasco le metió el dedo en el culo, lo hizo girar sobre su cabeza y lo lanzó directamente contra los espectadores,

Los romanos aceptaron la derrota, y durante mucho años la paz reinó en nuestras tierras, y tanto vascos cómo romanos cumplieron el pacto.

El Forzudo de Arburu regresó a su caserío y allí vivió hasta que cumplió los 110 años. Nunca más peleó, pero fue recordado como el hombre más fuerte y valeroso de Euskal Herria.

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23. EL PERRO DE LA TEA

Berriz, Bizkaia

Aunque no tan frecuentemente como los caballos o los toros, los perros misteriosos también tienen su lugar en la literatura oral vasca. Se cree que los perros siguen a sus amos cuando éstos mueren, y que son los guardianes de sus huesos.

Por ejemplo, R. Mª de Azkue cuenta que en la zona de Barakaldo, a la noche siguiente de fallecer una persona, aparecía un perro llevando en el hocico una tea qué despedía fuego y llamas. Al ver a alguien, se zambullía en el primer arroyo que encontraba y desaparecía.

En otros casos, los perros errantes son almas en pena que esperan a que alguien repare el daño que en vida hicieron.

Cuentan que en vísperas de su boda, un mozo de Berriz, en Bizkaia, andaba repartiendo las invitaciones a familiares y amigos. Al pasar por delante del cementerio vio una calavera que probablemente se le había caído al enterrador al llevarla al osario.

—Tú también quedas invitado a mi boda mañana —dijo, dándole un puntapié—. ¡Si es que puedes venir!

Y el joven prosiguió su camino tan campante. Al poco rato, se dio cuenta de que un enorme perro negro le seguía, y de que en su mirada había algo aterrador que le puso los pelos de punta. Al llegar a casa, su madre se asustó al ver su cara tan pálida.

—¡Qué mala cara traes! —exclamó—. ¿Qué te ocurre?

El hijo le contó lo que había hecho al pasar por el cementerio, y cómo, desde entonces, le seguía un gran perro negro. La madre se asomó a la ventana y vio que, en efecto, había un perro negro ante la casa con los ojos clavados en ella.

—¡Ay, hijo! —dijo la mujer—. ¡Vete inmediatamente a ver a Don Marcial! Es muy viejo y tiene fama de brujo, él te dirá lo que tienes que hacer. ¡No pierdas el tiempo! ¡Corre!

El joven fue a ver al viejo y le contó lo que ocurría. Don Marcial caviló durante un buen rato y luego observó al perro, que se había detenido a unos metros de su casa.

—Has hecho mal en darle un puntapié a la calavera —le dijo por fin—. El perro es el guardián del muerto, e intentará vengarse de ti por la ofensa. Pero aún puede haber una solución: cuando comience el banquete de bodas, coges al perro y lo pones a tu lado y, antes de servir a los invitados, haces que le sirvan primero a él.

El joven recordó las palabras del anciano, y al día siguiente, a la hora del banquete, puso al perro junto a él y le sirvió de cada plato antes que a los invitados.

Naturalmente, todos los presentes se quedaron tan asombrados ante el comportamiento de novio que empezaron a pensar que, una de dos, o quería gastarles una broma o estaba loco de atar.

—¿Cómo puedes darle a un perro los bocados más exquisitos? —le preguntaron—. ¿Te has vuelto loco?

—No me preguntéis la razón por la que lo hago —les respondió él—. Basta con que yo la conozca.

—Has hecho bien en seguir las indicaciones del anciano, porque si no lo hubieras hecho, habrías sufrido un gran castigo —le dijo el perro al finalizar el banquete—. Yo soy el guardián de mi amo, y él me envió para vengarle por tu grave ofensa. Ahora te perdona y ya no volverás a verme.

Dicho esto, el gran perro negro desapareció de la vista, dejando a todos sorprendidos y aliviados.


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24. EL ABAD BIRILA

Leire, Nafarroa

El relato del abad Birila, aunque bajo otros nombres, se encuentra muy extendido por toda Europa. Existe una leyenda parecida situada en el monasterio de Alflinghem, en Bélgica, en la abadía de Sainte-Magloire de París, también en Inglaterra, en Alemania, Suecia y Chequia. Se trata, por tanto, de una narración muy popular, que data de la Edad Media.

Sin embargo, es en Leire en donde se encuentran los vestigios arqueológicos más antiguos (siglo XII): un bajorrelieve en que se halla esculpido el santo, una lápida con el báculo del abad y unos pajarillos sobre él. Los mismos pajarillos están esculpidos en los capiteles de una parroquia de Yesa. Puede que fueran los propios monjes quienes difundieran la leyenda por los otros monasterios. Lo que sí es cierto es que el abad Birila existió en el siglo X, y que fue abad de Leire.

A comienzos del siglo X don Birila era el abad del monasterio navarro de Leire. Ya viejo y cercano a su fin, durante unas oraciones en la capilla se quedó pensativo leyendo el salmo Mil años en tu gloria son como el día de ayer que ya pasó.

—¿Qué es la eternidad? —se preguntó—. ¿Cómo podemos siquiera imaginarnos lo que es una eternidad alabando a Dios?

Continuaba ensimismado en sus pensamientos cuando escuchó el canto de un ruiseñor. Era su canto tan hermoso que don Birila olvidó su preocupación acerca de la eternidad y salió del monasterio siguiendo al pajarillo, que había echado a volar. Anduvo y anduvo, adentrándose en un bosque cercano al monasterio. La pequeña ave seguía cantando y se posó en la rama de un árbol al lado de una fuente. El abad se sentó en la fuente y escuchó, embelesado, el trino del ave durante unos instantes. Cuando decidió regresar, se encontró rodeado de una espesa vegetación.

—¡Qué extraño! —pensó al emprender el camino de vuelta al monasterio—. No recuerdo que hubiera tantos árboles cuando he llegado...

Todo parecía cambiado, y su sorpresa llegó al límite al ver un hermoso edificio allí donde se encontraba su pequeño monasterio. Al llegar al portalón golpeó la aldaba, y le abrió un monje desconocido para él.

—¿Qué deseas, hermano? —le preguntó el monje.

Ante el silencio y el gesto sorprendido del recién llegado, el monje, algo desconcertado, continuó:

—Pasa, pasa. ¿Vienes de muy lejos?

—Yo soy el abad de este monasterio —respondió don Birila.

El monje portero pensó que el pobre anciano se había vuelto loco.

—Estás equivocado, hermano. Nuestro abad es don Domingo.

—No, no —insistió don Birila—. Soy yo. Me llamo Birila y no entiendo lo que está ocurriendo aquí.

El monje lo dejó sentado en un banco del jardín y fue en busca del abad.

—En el jardín hay un hombre que dice que es el abad y que se llama Birila —le explicó.

Los monjes se habían reunido y comentaban el extraño suceso. Juntos fueron al archivo del monasterio, buscaron entre los documentos y, finalmente, encontraron el nombre de don Birila. ¡El abad había desaparecido una mañana..., ¡trescientos años atrás!

El anciano abad les relató lo ocurrido y, para confirmar sus palabras, un ruiseñor voló por encima de sus cabezas. Llevaba un anillo en el pico y lo colocó en el dedo de don Birila. Después, se oyó una voz.

—La eternidad en presencia de Dios —dijo— es un suspiro comparado con el tiempo que dura el canto de un ruiseñor.

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25. EL ÁRBOL LADRÓN

Leitza, Nafarroa

Aztikeria, la hechicería, se utilizaba, y aún se utiliza en algunos pueblos vascos, tanto para lanzar un mal de ojo (birao) como para curar una hernia o un hueso roto, o para descubrir a un ladrón mediante el adur, el vehículo mágico de transmisión.

Era creencia popular entre los vascos que la maldición podía transmitirse por mediación de un objeto: una vela de cera representaba el cuerpo humano, y su luz era el espíritu. También podía utilizarse una moneda que tuviera una imagen; así, por ejemplo, para averiguar quién era el autor de un robo se retorcía una moneda y se tiraba al fuego, esperando que el culpable se encorvase al igual que la moneda.

Ocurrió una vez en Leitza, en Navarra, durante la recolección de la manzana. Los señores de la casa Marikurrenea llamaron a sus vecinos para que les ayudaran, tal como era la costumbre.

Después de trabajar unas cuantas horas, los dueños del manzanal, en señal de amistad y agradecimiento, ofrecieron a sus vecinos una copiosa merienda.

Una de las vecinas se ofreció a ayudar a la señora de la casa a servir la merienda y a atender a los comensales. Sirvió el vino en un platillo de plata llamado “barquillo”, objeto valioso y antiguo que se utilizaba en ocasiones especiales. Cuando hubo acabado, colocó el barquillo en el borde del huevo de un viejo manzano y se olvidó de él. Al anochecer se recogió la vajilla y los restos de la merienda, y cada cual regresó a su casa.

Allí quedó el barquillo, olvidado.

Al lavar la vajilla, la señora de la casa se dio cuenta que faltaba el barquillo de plata, y se lo dijo al marido.

—Nos falta el barquillo. ¡No lo encuentro por ningún lado!

—¿Qué dices? —exclamó él—, ¡No puede ser! El barquillo era del abuelo de mi abuelo, y tiene que aparecer. ¿Quién lo ha utilizado?

La mujer pensó durante un rato.

—Nuestra vecina se ha encargado de servir el vino en el barquillo —recordó.

Fueron pues a preguntarle a la vecina dónde había dejado el objeto, pero la vecina no recordaba nada, y los de Marikurrenea volvieron a su caserío. No estaban conformes con la respuesta, estaban seguros de que la vecina era la ladrona, y para probarlo hicieron uso de la magia. Cogieron una vela y la retorcieron.

—Que el ladrón del barquillo se consuma, igual que se consume esta vela —dijeron antes de echarla al fuego.

Al día siguiente fueron de nuevo a casa de la vecina, esperando encontrarla enferma, pero la mujer estaba tan sana como la víspera. En cambio, en el manzanal se secó de pronto un viejo manzano. Extrañado, el marido taló el manzano y, ante su sorpresa, encontró el barquillo en el interior del tronco.

La fuerza mágica, el adur, había actuado sobre el “ladrón” del objeto: el viejo árbol..

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26. UNA VEZ Y PARA SIEMPRE

Hace unos trescientos, cuatrocientos o quinientos años, solían andar en Lekeitio, como en otros muchos pueblos, en noche cerrada, algunos que se llamaban penitentes con un cilicio en la mano y desnudos de cintura arriba. La villa estaba rodeada de murallas. Cada una de ellas tenia una puerta y sobre ella la imagen de algún santo. Los penitentes se paraban frente a aquellas imágenes y se disciplinaban fuertemente.

Entonces, al igual que en nuestros días, los que mas temprano se levantaban eran los pescadores. Y a la mayoria de ellos les producia miedo el ver a algún penitente. Para saber cuando tenian que ir y cuando no aquellos hombres a la mar, solía haber un atalayero encargado de la misión de levantarse antes que ningún otro e ir él solo a examinar como estaba la mar. En presencia de aquel atalayero mencionaron una vez aquellos hombres el asunto de los penitentes y el miedo que les producia el verlos.

--Chili, ¿tú no te asustas cuando ves a alguno de éstos?

--;Yo asustarme! Con frecuencia he visto yo alguuo que otro de esos a la madrugada, ¿pero temblar? Es, señores, bien pequeño el corazón que tiembla por cositas de nada.

--Luego no vale el decir una cosa y hacer otra. Chili, si a eso de la media noche, en una noche obscura, en que no se ve ni la propia sombra, estando tu solo, si se te apareciera un penitente como un gigante, descubierto, descalzo y medio desnudo, ¿no tendrías miedo?

--Mira, aunque el mismo demonio se me apareciera, vestido de penitente, y me dijera que le siguiese, no tendría yo miedo y no echaría pie atras. ¿Que corazón es el corazón que tiembla? ¿Creeis acaso que lo tenemos colgado de alguua vena?

A la mañana siguiente, levantándose, como de costumbre, muy temprano, cuando fue Chili a la atalaya a explorar la mar y las nubes, vio una cosa, y de grandes dimensiones, que venía hacia él desde la atalaya de arriba. De puro negro producia sombra aún en la obscuridad. Cuando se le acercó:

--Buenas noches, compañero--le dijo Chili--, madrugamos mucho.

--Temprano o tarde ¿a ti que te importa?

--Este muchacho viene enfadado. Pues tampoco somos nosotros malos elementos para riñas. ¿Quien eres tu, rayo?

--¿No me ves?

--Yo no muy bien, a no ser el azote de esta tu manaza. Apostaría que estoy hablando con algun penitente loco. ¿Por donde andas tu?

--No tengo tiempo para ocuparme en habladurias; pero te diré, con la condición de que no me dirijas mas preguntas. Toda la noche estoy andando, sin saber por dónde, y sin más compañia que mi sombra. Si supiera por donde, quisiera llegar al pie del monte Oiz antes de amanecer.

--¡Antes del amanecer! ¡Hmmmm! Ni tampoco aunque fueras el demonio del infierno.

--Si tuviera un buen compañero,si.

--Por ver eso...

--Ven.

--Pero yo...

--En tal caso, eres hombre de dos palabras.

--Yo no.

--¿No prometiste tú anoche que acompañarias a cualquier penitente?

--Pero...

--Tu no tienes mas que escusas y pretextos.

--¿Y quien demontre (rayo) llamara, si se ha de ir a la mar?

--Si hiciera mal tiempo, una marejada que las lanchas no pudiesen resistir ¿me seguirias?

--Si. ¿Por que no?

Al decir esto, no vio Chili en unos momentos al compañero de enfrente. Cuando se le apareció, siguieron en esta forma la conversación:

--He aquí fuerte vendaval y olas como esa isla.

--¡Rayo rojo! Eres mejor anunciador que yo.

--¿Vienes o no vienes?

--Vrayamos

Al momento llegaron Chili y su compañero bajo el arco de San Pedro. Al ver que el compañero seguia adelante, le preguntó:

--Amigo--le dijo Chili--, estas delante de una imagen santa. Si eres penitente de buena ley...

--¿Y a ti, que?

--A mi, personalmente, nada; pero...

--¿Tienes miedo?

--Miedo ¿por que?

--¿Me seguiras?

--Adonde quieras.

De allí al segundo arco, al del centro de la villa, no tenian mucho camino y aun yendo un poco más despacio hubieran llegado pronto. Tampoco entonces vió Chili a su compañero azotar su cuerpo y, con las manos en el sobaco, le dijo estas palabras:

--Si tu no tienes valor para azotar tu corpachón, si te parece igual, te lo azotaré yo por calentar las manos.

--¿Tienes ganas de calentarte? Ya te calentarás. Preguntas que no vienen a cuento dirigen los hombres de poco fuste.

--Pues tengo duda de que seas tan buen pez.

--¿Tienes miedo?

--¿por que me dices eso?

--¿Tienes rniedo?

--No, no tengo miedo.

La tercera puerta de la villa estaba en el arrabal denominado Atea en el camino que va de la villa hacía Amoroto. Encima de aquel arco se veia la imagen de la Virgen. Tampoco allí se detuvo el companero de Chili, pasando con la cabeza gacha, como avergonzado, sin hacer nada con el azote. Chili, aun entonces le hubiera dicho algo, si el otro, mirando de soslayo con chispeantes ojos como de tigre, no le hubiera dicho: "Adelante."

Cuando dejaron atras la última casa del pueblo, Chili (probablemente por hacerle decir algo al otro), le dijo que estaba sudando y que aun andando mas despacio llegarían.

--¡Sudor! Tú, cobarde, estas sudando porque tienes miedo.

Cuando oyó que le llamó cobarde, cerró las dos manos e iba a decir y a hacer alguna burrada el forzudo atalayero; pero se imaginó ver en los dedos del compañero diez garras, torcidas como anzuelos, y quedó espantado, sin aliento y con la boca abierta.

--¿Tienes miedo, tú, cobarde y sin fuste?

--No--contestó, como bostezando; y sin darse cuenta entonces salió de su boca la primera mentira de su vida.

Más fatigado y más tarde de lo que creía Chili, llegaron al Cristo del Portal. Una vez allí, de no mostrar alguna senal de penitente, no le iba a acompañar mas adelante, aunque de labios del otro oyese palabras como friolero, cobarde, miedoso o cualquier otro insulto. Llegaron alguna vez. El compañero, por no ver la imagen del Cristo crucificado se adelantó por detras de la columna de piedra. Cuando Chili, con el deseo de decirle algo levanto la cabeza y abrió los ojos, se le figuró ver en el rostro del otro, hocico y dientes de cabra; y en la creencia que tenía un cosquilleo como el que da una cadena, al mismo tiempo que se frotaba el pescuezo con la mano, el de la cara de cabra le solto una gran carcajada.

--¿Tienes miedo? --le pregunto, pero no con palabras de hombre, sino con balidos de cabra. Chili nada le contesto.

Ambos iban cada vez mas aprisa, al parecer a porfía. Para dejar atras O]aeta, tuvieron que pasar por el puente de Lea, por la estrecha senda de Auria, a traves de Arrufain, y aunque aquellos parajes para pescar anguilas conocía tan bien como los rincones de su casa, no distinguió Chili ni casa ni río, ni puente, ni fábrica. Cuando llegaron a las inmediaciones de Oibar, se registró los pantalones, saco el rosario y empezó a rezar sus quince misterios.

--En vano--le dijo su compañero. El cual, como si se hubiera despertado de un sueño pesado, le miró con la boca abierta.

--En vano--le dijo el otro por segunda vez.

Chili, el pobrecito, estaba no pudiendo cerrar los ojos, cual, según dicen, suelen estar los pajaros delante de una culebra, ambos quietos, ambos mirándose mutuamente. Si el miedo mismo pudiera encarnarse y hacerse hombre, no estaria tan descolorido como estaba Chili. El seudo-penitente le mostraba una traza cual si cien rostros anduviesen dando vueltas en una rueda; parecía que los perros de ojos mas rojos y chatos, los chivos mas viejos y barbudos, los cerdos mas feos y sucios y otras muchas clases de animales parecidos a los citados, parecía que habian convenido en presentarse sobre sus espaldas.

Chili ¡el pobrecito! iba a caer cuando el otro, riendose a carcajadas, le dirigió por ultima vez la pregunta anterior:

--Chili, forzudo, escucha bien y responde una vez y para siempre, ¿Tienes miedo?

--Madre María (de) la Antigua, tengo miedo --dijo, y golpeando con la mano la puerta de la ermita de Oibar, cayó de bruces adentro.

Entonces el seudopenitente, con un rugido terrible que le salió de sus entrañas le dijo:

--Chili, otra vez deja en paz al demonio del infierno. Soy yo. He aqui la señal. Mío eras, mío. Da gracias a lo que tienes en la mano y al lugar en que estas.

Diciendo esto, dio un gran golpe a la puerta y allí dejó incrustadas las huellas de las cinco enormes garras de su mano.

La pequeña ermita aún hoy esta en pie y entera en Oibar, delante de Gizaburuaga, junto al rio, pero renovada.

En su puerta no aparecen, desde hace tiempo, las señales de las garras del demonio.

27. LA PROMESA DE LOS MARINEROS

El año 1883 acontecio que fueron de viaje dos marinos en un barco de vela, y que un temporal los sorprendiera y que ambos compañeros hicieron una promesa a San Juan Gaztelugatx. Y cuando volvieron al pueblo, se olvidaron de su promesa. Después uno de estos (marinos) murió, y cuando el otro fue a su casa se le apareció una noche el difunto diciéndole.

-¿No te acuerdas de la promesa que durante tal temporal hicimos en el mar?.

Y entonces le contesto.

-Si.

El que esto contesto no pensó que aquel fuera su compañero difunto sino otro. Después supo, por habérselo dicho el mismo, que el era quien había hecho la promesa en el mar. Llegaron a San Juan, y cumplieron su promesa. El difunto le acompaño otra vez hasta su casa, y habiéndole dado las gracias le hizo adiós diciéndole.

-Yo estoy bien ahora, pero he de decirte que se te aparecerá otro como yo, y guárdate de acompañarle, porque no es de buena parte.

Mas otra vez, día va y día viene, se le apareció el de la mala parte que su compañero le había anunciado; pero no se acordó ese hombre de lo que su buen compañero le había dicho, y le acompaño.

Después, cuando llegaron al tercer pie de San Juan, vio que el que iba con el mostraba otro aspecto, y se acordó de la palabra de su compañero y así comprendió que no era de buena parte, y (sobrecogido) de temor no sabia donde ir. Y en esto vio una vaca que venia despidiendo fuego, y se lanzo hacia esa vaca asiándole de ambas astas con sus manos. La vaca empezó a saltar y huyo del monte hacia Bermeo, como relámpago, llevando a nuestro hombre en sus astas. Llego dentro del pueblo, y toda la población se asusto, y los curas no tenían otro remedio que lanzarle conjuros y trampas. En esto huyo la vaca, y el hombre fue enfermo a su casa, y de allí a poco tiempo murió a causa del susto.

Anton Erkoreka. ETNOGRAFIA DE BERMEO. Leyendas, Cuentos y Supersticiones.

28. MATEO TXISTU


En la zona de Tolosa, aunque otros cuentan que sucedió en Ataun y otros en Oiartzun, vivía hace ya mucho tiempo un cura que tenía a cargo una pequeña parroquia. Sus ocupaciones no eran muchas, aparte de las normales de su cargo —misas, bautismos y funerales—, por lo que tenía bastante tiempo libre para dedicarse a su afición favorita: la caza.

Sus vecinos y parroquianos le apodaban “Mateo Txistu”, ya que eran de sobra conocidos los silbidos con los que llamaba a sus perros cuando se preparaba a salir en busca de alguna presa, y todos comentaban jocosamente la afición del cura, al que, por otra parte, no se le conocían otros vicios.

Pasaban los días y las estaciones sin que nada turbase la paz del lugar y la de sus habitantes. Pero un día, el diablo, que siempre andaba buscando la debilidad en las almas humanas, se presentó ante Mateo Txistu bajo la apariencia de un caballero distinguido. Mateo, que no era tonto, enseguida se dio cuenta de quién era en realidad el elegante señor.

— ¿Qué quieres, malvado? —le preguntó de sopetón.

— ¿Yo? ¡Nada! —respondió el diablo, confundido

— Entonces..., ¿por qué estás aquí?


Y riéndose, Mateo Txistu silbó a sus perros, cogió la escopeta y desapareció de la vista del diablo internándose en un bosque cercano.

El diablo se quedó rabiando por haber hecho el ridículo, ya que un cura de pueblo lo había reconocido. Un diablo avergonzado es muy peligroso, porque su reacción puede ser terrible. Pasó varios días pensando en la forma de vengarse de la burla y, finalmente, dio con la fórmula.

Un domingo, en medio de la misa, una hermosa liebre blanca asomó su hocico por la puerta de la sacristía donde los perros del cura esperaban a su dueño. En cuanto vieron a la liebre, los perros levantaron las orejas y comenzaron a ladrar furiosamente.

Mateo interrumpió un momento la misa y echó una ojeada hacia la sacristía para conocer el motivo de tanto alboroto. Cuál no sería su sorpresa al ver a la liebre plantada en la puerta, invitándole a salir en su busca. No lo pensó dos veces: dejó la misa, abandonó a los asombrados feligreses, cogió la escopeta y salió con los perros en pos de la liebre que había escapado campo a través.

Nunca más se supo de él. No regresó. Sin embargo, desde entonces, muchos son los que le han oído silbar a sus perros, otros han oído los tristes ladridos y, alguna que otra noche clara de luna llena, pueden verse con claridad las siluetas del cura, los perros y la liebre en su eterno vagar.

29. Jaun Zuria 'Señor Blanco'

(Lope García de Salazar)

La versión de Salazar, en la Crónica, sitúa el comienzo de la historia en Mundaca (Mundaka), en donde desembarcaron unas naos con la hija del rey de Escocia y su numeroso séquito, la cual huyó al no estar de acuerdo con que su hermano heredase el reino a la muerte de su padre. Los escoceses, al ver que el agua “que descendía de Guernica turbia” se aclaraba a la altura de una ría (la de Mundaka) exclamaron en latínaca munda (agua limpia), dando origen al nombre de la localidad de Mundaca. La princesa doncella escocesa se quedó a vivir en Mundaca con parte de su séquito (algunos se habían vuelto a Escocia al cabo de un tiempo), donde quedó embarazada de padre desconocido, según algunos de “un diablo que llaman en Bizcaya Culebro, Señor de la Casa” dando a luz después a un hijo sano y hermoso llamado don Zuria o don Zurián que quiere dezir en castellano don Blanco

En el libro XX de las Bienandanzas e Fortunas (1471), se cuenta como tiempo después, Don Zuria, ya un apuesto mozo arengó a los vizcainos a plantar cara al hijo del rey de León, que arrasó Bakio y diversas tierras costeras en lo que es hoy la comarca vizcaina de Busturialdea (Gernika, Busturia, Mundaka…) al no querer los vizcainos pagar tributo al invasor. El príncipe leonés fue sometido a un “juicio de Dios” en Gernika, pero el noble afirmó que el solo haría batalla contra un rey u hombre de sangre real. Los vicainos, con Zuria a la cabeza y la ayuda de el ejército del Señor de Durango Sancho Astegas (Estéguiz), libran batalla en Padura “acerca de donde es Vilvao”, donde cae Astegas y el príncipe leonés, resultando vencedores los vizcainos quienes nombran a don Zuria su señor tras la victoria (no fue nombrado antes de la batalla por un pacto previo y condicionado de vasallaje, tal y como ocurría en la versión del conde de Barcelos) casándose con Dalda, la hija de Sancho Astegas.

El relato finaliza con la asunción de don Zuria de su escudo de armas: dos lobos con sendos carneros en sus fauces que el observó cuando partía para la batalla; es decir, la supuesta génesis del escudo de Bizkaia (incluida la imagen de los lobos en muchos escudos de localidades vizcaínas). Salazar alude también al origen del topónimo Arrigorriaga e incluye por primera vez el concepto del árbol de Luyando que separaba la frontera entre Vizcaya y Álava (perteneciente a Castilla en el S. IX) al que llama árbol gafo (árbol maldito), ya que los vizcainos maldijeron el no poder seguir allí a los leoneses que huían rebasando el árbol. Salazar también establece por primera vez el origen del topónimo de Sierra Salvada (Gorobel)


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30. LOS MURCIELAGOS

Cuenta le leyenda que se encontraron dos pastores y comenzaron a conversar sobre grandes comilonas. Uno de ellos fanfarroneaba de haber degustado todos los animales conocidos. A lo que el otro pastor le respondió afirmando que eso era mentira pues a buen seguro que no había comido la carne del murciélago. Aquel asumió la verdad de la consideración y las palabras quedaron dando vueltas en su mente. Un día caminando por la Sierra de Entzia se encontró con una de las abundantes cuevas y en su interior distinguió un grupo de murciélagos que colgados dormían plácidamente durante el día en la oscuridad de la cueva. Cogió a varios y los echó a la cazuela reconociendo, no sin cierto reparo, en su sabor un delicado placer.

Con el tiempo volvió a encontrar al pastor confirmándole que ya podía presumir de haber comido murciélagos. El otro pastor le recriminó temerosamente pues consideraba que aquel se había echado la maldición sobre su espalda. El pastor maldito no tardó mucho en caer enfermo y morir. Cuando lo enterraron el fúnebre cortejo fue acompañado por cientos de murciélagos. Su misma alma salió del ataud en que lo llevaban al cementerio en forma de murciélago. Así continúa volando por el mundo hasta que sea perdonado.

Sea por ésta razón o porque la carne de murciélago, dicen, que es de sabor similar a la del ratón, el caso es que éste mamífero da respeto entre las gentes, que suele acompañar a las brujas, sigue sin ser manjar predilecto de ningún comensal vasco.

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