LAMIA
1. El Puente de Ligi
En Euskal Herria existen muchas construcciones como puentes, casas, iglesias, castillos..., que, según la leyenda, fueron construidas por brujas, lamias, gentiles, demonios, etc., a petición de personas que las querían o las necesitaban con urgencia y que ofrecían a cambio su alma.
La siguiente leyenda trata de este tema, y fue recogida por Barandiaran, Azkue y otros investigadores. Sus protagonistas son los lamiñaku, seres asexuados, pequeños y feos.
Hace mucho, mucho tiempo, el señor de Ligi, en Zuberoa, ordenó construir un puente sobre un pequeño río que atraviesa la localidad. Los canteros vascos tenían fama en el mundo entero por lo bien que trabajaban la piedra, pero esta vez la construcción no fue ninguna maravilla y, antes incluso de estar concluido, el puente se había derrumbado.
De nuevo el señor lo ordenó construir, y una vez más se cayó.
No sabiendo cómo solucionar el problema, el señor de Ligi llamó a los lamiñaku de Lesarantzu y les pidió que construyeran el puente. Los lamiñaku aceptaron encantados, pues era trabajo de su agrado, pero pusieron una condición.
—Construiremos un puente que nunca se caerá, y lo haremos esta misma noche, antes de que cante el gallo al amanecer, pero queremos tu alma como salario por nuestra labor.
—El puente lo necesito urgentemente, y el alma... —pensó el señor de Ligi—. ¡Algo se me ocurrirá antes de que acaben!
Aceptó el trato, y los lamiñaku comenzaron el trabajo. Eran cientos y cientos: unos tallaban las piedras, otros se las pasaban de mano en mano, mientras decían:
—¡Toma, Gilen! ¡Cógela, Gilen! ¡Dámela, Gilen! ¡Aquí estamos once mil Gilenes!
Y otros iban colocando las piedras y formando el arco. No lo hacían desde los pilares hacia el centro, como lo hacen los constructores de puentes, sino de un pilar al otro, como lo hacen los lamiñaku.
Desde la torre de su castillo, el señor de Ligi, un tanto preocupado, contemplaba el avance del trabajo, pues iba más rápido de lo que él pensaba.
Los lamiñaku pasaron toda la noche construyendo el puente. Siempre al mismo ritmo, siempre repitiendo las mismas palabras:
—¡Toma, Gilen! ¡Cógela, Gilen! ¡Dámela, Gilen! ¡Aquí estamos once mil Gilenes!
Finalmente, sólo quedaba una piedra para colocar y acabar la obra.
—¡Toma, Gilen! ¡Cógela, Gilen! ¡Es la última, Gilen!
Y en el mismo momento en que iban a colocar la última piedra del puente, el señor de Ligi prendió fuego a un montón de paja, y una gran llamarada alumbró el gallinero. Un gallo joven, creyendo que el día lo había pillado dormido, se despertó sobresaltado, y cantó batiendo las alas.
Al oír el canto del gallo, los lamiñaku dejaron caer la piedra en el río y, dando un gran grito, desaparecieron en la oscuridad mientras decían:
—¡Maldito gallo! ¡Maldito gallo de marzo!
Desde entonces falta una piedra en el puente de Ligi y, cuando el agua está tranquila y transparente, puede verse un agujero en uno de los pilares y una gran piedra roja en el fondo del río. Muchas veces han intentado sacarla de allí y colocarla en su sitio, pero nadie, que se sepa, lo ha conseguido hasta ahora.
Toti Martínez de Lezea. LEYENDAS DE EUSKAL HERRIA
2. LA LAMIA DE SANZTEGI
Como muchos otros en todo el mundo, cierto día el dueño de Sanztegi cultivaba la tierra con sus bueyes.
De repente los bueyes se le escapan hacia el pozo Lamiñosin, con arado y todo. Y del pozo sale una lamia con el cabello enredado en los dientes del arado.
Entonces el hombre dice a la lamia que él la mantendrá y que vaya con él a su casa. Y allí va la lamia, obedeciendo al hombre. Pero por mucho que lo intentara no podía articular palabra. Una noche, el hombre puso la leche a cocer y se fue a la cuadra dejando a la lamia sola en la cocina. Cuando la leche comenzó a desbordarse la lamia se escapó por la chimenea gritando "lo blanco sube", dejando su peine en la cocina.
Al día siguiente la lamia regresó y llamó a la señora de Sanztegi:
Señora Geaxi;
Devuélvame mi peine;
De lo contrario haré perder;
Su futura descendencia.
Entonces Geaxi acudió a su confesor para saber qué debía hacer y éste le dijo que pusiera el peine de la lamia sobre un palo largo. Así hizo Geaxi, y llamó a la lamia. Vino, cogió el peine y se esfumó partiendo el palo en dos. Y colorín colorado, esta historia se ha acabado.
JM Barandiaran
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3. El regalo de las Lamias
Las lamias solían pedir, de vez en cuando, algunos favores a los seres humanos, y éstos eran recompensados con generosidad por ellas.
Una vez, cerca del pueblecito de Yabar, en la zona de Ultzama, en Nafarroa, una lamia se encontraba a punto de dar a luz, y sus compañeras fueron en busca de la comadrona de la localidad para que la ayudara en el parto. La comadrona se trasladó a la morada de las lamias e hizo su trabajo limpiamente y a satisfacción de las mismas.
Felices con el resultado, una preciosa pequeña lamia, las lamias la invitaron a comer unos manjares exquisitos a los que la buena mujer no estaba acostumbrada. Todo parecía mejor, más sabroso, incluso el pan era más blanco. No pudiendo resistirse, la comadrona cogió un trozo de pan y se lo guardó en un bolsillo para que su familia también pudiera probarlo.
Acabada la comida, las lamias le entregaron una rueca y un huso de oro.
—Acepta estos regalos —le dijeron— como agradecimiento por la ayuda que has prestado a nuestra compañera. Con ellos obtendrás un hilo tan fino y a la vez tan fuerte que no tendrá parecido, y podrás crear los tejidos más maravillosos del mundo. Pero también queremos advertirte algo: una vez que hayas salido de esta casa no debes volver la vista atrás ni una sola vez. ¿Has entendido?
La comadrona les aseguró que así lo haría e intentó levantarse de la silla para regresar a su casa, pero no pudo. Por mucho que se esforzó, parecía estar pegada al asiento.
—¿Has tomado algo de nuestra casa que no te pertenezca? —le preguntaron las lamias.
Ella iba negarlo cuando se acordó del pan blanco que tenía en el bolsillo y lo sacó.
—Nadie puede salir de aquí llevándose algo que nosotras no le hayamos dado —le informaron las lamias.
La comadrona pidió disculpas y se fue presurosa con la rueca y el huso de oro debajo del brazo. Iba a cruzar el puente que separa Laminetxea, la casa de las lamias, del pueblo cuando, olvidándose de las recomendaciones, se le ocurrió mirar hacia atrás y, al instante, desapareció el huso de oro.
Agarrando la rueca con fuerza, echó a correr hacia el pueblo. Al llegar, su curiosidad pudo más que su deseo y, cuando ya tenía un pie dentro y otro fuera de la casa, miró de nuevo atrás, y la rueca de oro también desapareció.
Las lamias nunca más volvieron a reclamar sus servicios y, por lo tanto, no tuvo otra oportunidad para recuperar los valiosos regalos.
Toti Martínez de Lezea. LEYENDAS DE EUSKAL HERRIA
4. La Lamia enamorada
Una vez, un joven pastor de Orozko, en Bizkaia, llamado Antxon, andaba por el monte con su rebaño cuando oyó un canto maravilloso, y quedó tan asombrado que se olvidó de las ovejas y se dirigió hacia el lugar de donde procedía la voz.
AI separar unos matorrales vio algo que lo dejó boquiabierto. Sobre una roca enclavada en medio de un río estaba sentada la joven más hermosa que él jamás había visto. Tenía el cabello largo y rubio y se peinaba con un peine de oro mientras cantaba una extraña melodía. Antxon no podía apartar sus ojos de ella.
En eso, la joven dejó de cantar y dirigió su mirada hacia los matorrales. Al ver a Antxon se zambulló en el río. Al poco, sacó la cabeza del agua, por detrás de la roca, se escondió, se asomó..., mientras el muchacho contemplaba, atónito, el juego. Finalmente, no volvió a esconderse y, abriendo sus grandes ojos transparentes, preguntó:
—¿Quién eres?
El pastor permaneció mudo.
—¿Quién eres? —insistió la desconocida.
—Antxon, soy Antxon —respondió al fin—. ¿Y tú?
La joven se echó a reír y no respondió, zambulléndose de nuevo. El pastor esperó y esperó, pero, al ver que no salía, regresó al pueblo. Durante unos cuantos días no salió de casa, y no podía dejar de pensar en la muchacha del río. Por fin se decidió y otra vez cogió el camino del monte. A medida que se acercaba al lugar, de nuevo escuchó el canto maravilloso, y se sintió feliz.
La hermosa joven, al igual que la vez anterior, peinaba sus cabellos rubios sentada encima de la roca. Al ver a Antxon, dejó de cantar y le sonrió.
—Buenos días, Antxon —dijo—. Te estaba esperando.
—¿A mí? —preguntó el pastor, emocionado.
—Sí, a ti. Acércate, acércate.
Antxon se aproximó a la orilla, y allí se sentó. Pasaron las horas y ninguno de los dos hablaba, sólo se miraban.
—¿Te casarás conmigo? —preguntó la joven cuando el sol comenzaba a ocultarse.
—Sí —respondió Antxon.
En señal de compromiso, la joven le entregó un anillo, que él se puso en el dedo anular.
—Ama, voy a casarme —le dijo Antxon a su madre cuando volvió a casa.
—Pero, hijo..., ¿con quién? —preguntó la madre, asombrada, pues no sabía que su hijo tuviese novia.
—Con la mujer más hermosa del mundo. Vive arriba del monte, junto al río.
—Pero..., ¿quién es? —insistió la madre.
—La mujer más hermosa que he visto en mi vida.
—¿Cómo se llama? ¿Quiénes son sus padres?
—Es la más hermosa... La más hermosa...
La madre llegó a la conclusión de que su hijo estaba embrujado. Salió presurosa a la calle, habló con sus vecinos, con la abuela, con el tío, con el cura... Todos la aconsejaron de forma distinta: si es bruja, esto; si es lamia, lo otro; si es extranjera, aquello... Finalmente, el hombre más viejo de Orozko dio también su opinión.
—Si es lamia, tendrá los pies de pato —sentenció.
La madre regresó a casa e hizo prometer a su hijo que miraría los pies a su novia. Después de mucho insistir, Antxon prometió que así lo haría, que le miraría los pies a su novia, a su hermosísima novia. De pronto, se apoderó de él un gran deseo de verla de nuevo, y echó a correr hacia el monte.
Su enamorada se estaba bañando y jugueteaba con los peces, entraba y salía del agua como un delfín y su risa era como el sonido de mil cascabeles. Se acercó silenciosamente, queriendo darle una sorpresa, pero..., ¡ay! ¡Los pies de su amada no eran como los de todo el mundo!
—¿Estaré soñando? —se preguntó, incrédulo.
Los pies de la muchacha parecían patas de pato... ¡Definitivamente eran patas de pato! Antxon se quedó paralizado por el estupor, y después regresó al pueblo con el corazón destrozado.
Al entrar en casa, la madre, que lo estaba esperando, notó que algo extraño le sucedía.
—¿Y qué, hijo? ¿Qué ha pasado? ¿Has visto sus pies? —le preguntó con insistencia.
—Son como los pies de los patos —murmuró el joven.
—¡Es una lamia! ¡No puedes casarte con ella! ¿Lo oyes? Los humanos no se casan con las lamias.
Antxon, presa de una gran tristeza, se metió en la cama y enfermó. La fiebre le hacía delirar, veía el rostro de su amada y oía su voz llamándole: “zatoz, maitea, zatoz” (“ven, querido, ven”).
Pero él nunca volvió, porque murió de pena.
El día del entierro la lamia acudió a la casa de Antxon, se acercó al lecho, lo cubrió con una sábana de oro y besó sus labios fríos. Siguió al cortejo hasta la iglesia, pero, como todo el mundo sabe, las lamias no pueden entrar en las iglesias, y entonces regresó al monte, llorando por su amor perdido.
Tanto y tanto lloró que, en el lugar donde cayeron sus lágrimas brotó un manantial que recuerda para siempre el amor imposible entre la lamia y el pastor.
Toti Martínez de Lezea. LEYENDAS DE EUSKAL HERRIA
5. La Lamia y el Cantero
En las leyendas de Iparralde (País Vasco Francés), las o los lamias —puesto que su sexo no está claramente definido— no son, como en Hegoalde (Navarra, Alava, Vizcaya, Guipuzcoa), hermosas doncellas de largos y sedosos cabellos rubios que peinan con un peine de oro cerca de las fuentes y tienen los pies de pato... Las lamias de Iparralde son más bien gnomos o geniecillos de pequeño tamaño a los que hay que temer, aunque no son especialmente malévolos. Les llaman lamiñak o lamiñakuak.
Hace mucho tiempo vivía un cantero en un pueblecito de Zuberoa llamado Zuraide, cerca de Ezpeleta. A pesar de que su trabajo era muy apreciado y necesario, el cantero no estaba satisfecho porque, según él, tenía un oficio muy duro y fatigoso.
En aquella época había muchos lamiñaku en Euskal Herria, y uno de ellos escuchó las quejas del hombre y se presentó ante él.
—¿Qué es lo que té pasa? —le preguntó—. ¿No estás contento?
—Pues, verás —respondió él—, esto de picar la piedra cansa mucho y apenas ganó para vivir bien. ¡Ojalá fuera yo rico!
—Si eso es lo que deseas —dijo el lamiñaku—, eso serás.
Y le hizo rico.
Al principio, el cantero creyó soñar, pero enseguida se acostumbró. Siempre es fácil acostumbrarse a lo bueno. Tener dinero, una hermosa casa, criados... era muy agradable. Pero, al cabo de algún tiempo, se cansó de su nueva posición.
—Ahora soy rico, sí—pensó el cantero—, pero no soy poderoso.
El lamiñaku se le apareció de nuevo.
—Y ahora, ¿por qué te quejas? —le preguntó.
—Bueno..., verás... Soy rico, y eso está bien —respondió el hombre—, pero me gustaría ser más poderoso. ¡Ojalá fuera yo emperador!
Y el lamiñaku lo hizo emperador.
El cantero estaba feliz, ¡era emperador! Tenía todo lo que quería, y todo el mundo obedecía sus órdenes.
Llegó el verano, y aquél fue un verano muy caluroso. El cantero no podía encontrar ningún rincón fresquito en su palacio.
—Verdaderamente —se dijo—, si el sol puede molestar al emperador es porque el sol es más poderoso. ¡Ojalá fuera yo sol!
El lamiñaku, que estaba cerca, escuchó su deseo y lo hizo sol.
El cantero empezó a disfrutar siendo sol cuando, en esto, una nubécula se colocó delante de él y lo ocultó. El hombre-rico-emperador-sol pensó que si una nubécula podía taparle era porque la nubécula era más poderosa que el sol, y deseó ser nube.
El lamiñaku lo hizo nube.
Al cantero le agradó su nueva posición. Ser nube era muy divertido: podía deslizarse por el cielo, lanzar rayos y lluvia sobre la tierra y mojar a todo el mundo. En eso, se fijó en una gran roca que, impasible, aguantaba el chaparrón. Pensó que la roca era más poderosa que la nube, y deseó ser roca.
El laminaku lo hizo roca.
Pero, al poco tiempo de ser roca, sintió que le daban unos grandes martillazos, rompiéndole en mil pedazos, y gritó:
—El cantero es el más poderoso, puesto que rompe la piedra en pedazos. ¡Ojalá fuera yo cantero!
El lamiñaku lo hizo cantero de nuevo.
—Tienes una cosa y quieres otra —le dijo—. Ya lo ves, ¡estás igual que al comienzo! Mejor será que, de ahora en adelante, seamos cada uno lo que somos: tú, cantero, y yo, lamiñaku.
El lamiñaku desapareció para no volver, pero el cantero tampoco lo echó en falta, y nunca más volvió a quejarse de su suerte.
Toti Martínez de Lezea. LEYENDAS DE EUSKAL HERRIA
6. La Lamia golosa
En un caserío de Lakarri, en Zuberoa, vivía un matrimonio de cierta edad. El marido se iba a la cama temprano, mientras que la mujer se quedaba hasta más tarde hilando firufiru.
Pero, desde hacía algún tiempo, todas las noches, a la misma hora, una mujer pequeña y peluda bajaba por la chimenea y no se iba hasta que hubiera terminado los restos de la cena. En cuanto aparecía, la extraña mujer decía:
—Txitxi ta papa, papa bustia? (Carne y pan, ¿el pan untado?).
Y la etxekoandre calentaba la grasa sobrante de la sartén y se la daba a la desconocida, que se la comía con grandes muestras de alegría.
Así transcurrieron algunas semanas, hasta que la casera, al ver que la extraña mujer seguía apareciendo noche tras noche, le contó a su marido lo que ocurría.
—¿Y tú le das de comer todas las noches? —le preguntó el hombre.
—¡Claro! ¿Qué voy a hacer, si no?
—Bueno, esta noche me quedaré yo en tu lugar, y veremos si se trata de una bruja o de una lamia —dijo entonces el marido—. Me pondré tu chal y tu pañuelo de cabeza, y así creerá que yo soy tú.
Llegada la noche, el casero se puso a hilar en el lugar de su mujer. A la misma hora de siempre oyó un gran ruido en la chimenea, y poco después apareció la desconocida.
—Txitxi ta papa, papa bustia?—preguntó como de costumbre.
El hombre hizo como si no la escuchara y continuó hilando firu-firu con gran energía.
—Esta noche trabajas con muchos ánimos... —le dijo la mujer peluda.
—Sí —respondió él—; ayer frin-frin, firun-firun y hoy fran-fran, furdulu-furdulu...
Y el hombre prosiguió su trabajo, mientras la miraba por el rabillo del ojo. Nada más verla se había dado cuenta de que se trataba de una lamia, y que era necesario echarla de allí cuanto antes. La lamia lo observaba con mucha atención.
—Hoy pareces distinta, etxekoandre. ¿Cómo te llamas? —preguntó al cabo de un rato.
—Yoamímisma —respondió el hombre.
—¿Yoamímisma? Extraño nombre... y... txitxi ta papa, papa bustia?
El hombre se levantó y puso a calentar la sartén llena de grasa mientras la lamia, loca de contento, daba saltos a su alrededor, diciendo:
—Txitxi ta papa! Papa bustia!
Cuando la sartén estaba al rojo vivo y la grasa hervía, el hombre la cogió por el mango y le tiró el contenido en plena cara. La lamia dio un gran grito y desapareció chimenea arriba. Una vez fuera de la casa comenzó a llamar a sus compañeras, que llegaron a cientos desde todos los lugares de Iparralde y que, al verla en tal mal estado, le preguntaron:
—¿Qué te ocurre? ¿Qué tienes? ¿Quién te ha hecho eso?
—¡Yoamímisma! ¡Yoamímisma! —respondió la desafortunada lamia.
Sus compañeras se miraron sorprendidas y algo enfadadas.
—Pues si te lo has hecho tú a ti misma, ¡aguántate y no nos molestes!
Y en el mismo instante, las lamias desaparecieron en la noche. La golosa salió bien escarmentada y nunca más volvió a molestar a nadie pidiéndole papa bustia.
Martinez de Lezea, Toti - Leyendas de Euskal Herria
7. La Lamia agradecida
" Una noche la comadrona de un pueblo fue llamada por un grupo de lamias, ya que una de ellas se había puesto de parto. Cuando llegó al remanso del río donde estaba la lamia la comadrona le ayudó a dar a luz.
Cuando terminó le pusieron delante un tarro lleno de miel y otro lleno de manteca. Las lamias le dijeron que eligiera el que quisiese. La comadrona pensó que la manteca le sería más provechosa. Aunque las lamias le recomendaron que se llevase el tarro de miel, la comadrona acabó por llevarse el de manteca. Al llegar a casa metió el tarro en un armario y se fue a dormir.
A la mañana siguiente abrió el armario y vio que en el tarro que le habían dado ya no había manteca sino monedas de plata. Entonces comprendió que si se hubiera llevado la miel se hubiera convertido en monedas de oro."
JM Barandiaran
8. LA MALDICIÓN DE LAS LAMIAS AL LADRÓN
Las lamias maldicen al ladrón de Urigoiti
No he visto nunca casa en la que se haya cebado tanto la desgracia como en la familia que habita el caserío de Urigoiti Efectivamente, - me replicó Peru - hace bastante tiempo, desde muy antiguo
les persigue la mala suerte. Dinero ya tendrán, pero calamidades no les faltarán también; por supuesto que solo ellos tienen la culpa, pues no impunemente se les ofende a las «lamiñas».
Algo de eso tengo oído a mi madre, pero siempre he pensado que serían historietas fantásticas.
¿Historietas? Sí, sí; en la cueva de Supelegor tenían su vivienda las «lamiñas». De carácter alegre, solían pasar la mayoría de las horas cantando y siempre que mi abuelo, que también se llamaba Peru, se cruzaba con ellas, a distancia respetable, le gastaban algunas bromas. Al principio se molestaba
con las mismas, pero como se decía que tenían mucho poder, las temía bastante, por lo que procuraba hacerles creer que no les oía sus burlas jocosas.
Cierto día, hallándose en la taberna del pueblo, entre trago y trago, contó a los asistentes a ella, algo relativo a las «lamiñas», diciéndoles, entre otras cosas, que poseían todo un ajuar y neceser de oro riquísimo: peines, cucharas, tenedores, cazuelas, parrillas, espejos, etc, etc, y que les había visto
con frecuencia hacer uso de dichos utensilios.
Prestando mucha atención a lo que decía mi abuelo, encontrábase el inquilino del caserío Urigoiti, siendo entonces uno de los vecinos más necesitados del pueblo. Terminado que hubo la relación se dirigió a su casa lo más presto posible, para contar a su mujer todo lo que había oído en la taberna. Entroles
la tentación de poseer parte de dichos objetos, para remediar todo lo posible la situación intolerable de su casa.
Dando vueltas al asunto, acordaron por fin, que en un momento de ausencia En el original, Urizgoiti, pero, sin duda, es una equivocación y se refiere al Urigoiti de Orozko-
-Orozco de las «lamiñas», aprovecharía el marido para penetrar en la cueva y apoderarse de las riquezas que poseían. Pusieron en práctica su proyecto, empezando el marido por rondar los alrededores de la cueva para enterarse de sus costumbres, hasta que por fin, cierto día, aprovechando la ausencia de sus dueñas, pudo conseguir su propósito, apoderándose del tesoro de las «lamiñas».
Regresando hacia su caserío, cerca de Atxulaur (lugar donde un gran arco natural, denominado Atxulo, sirve de entrada al soberbio anfiteatro de peñas calizas de Itxine) tropezó con las «lamiñas» que se dirigían a su alojamiento; y al notar éstas su azoramiento, le preguntaron si, encontrándose enferma su
mujer, había ido a la nevera, a coger nieve para ponerle bolsas en el estómago. Contestó él, de malos modos, que su mujer, gracias a Dios, gozaba de buena salud, pero que se había visto obligado a ir en busca de nieve para ayudar al parto de una cerda, que no venía muy bien. Y como, por la cuenta que le tenía, sentía pocas ganas de conversación, se despidió alejándose rápidamente.
Una vez llegadas las «lamiñas» a su habitación, observó una de ellas la falta de muchos objetos de su pertenencia, y ante sus gritos acudieron todas presurosas a ver lo que ocurría, preguntando las causas de tal alboroto.
Puestas a pensar quién pudiera ser el ladrón, recordaron la escena con José Miguel, el de Urigoiti, y en él recayeron las sospechas.
Empezaron sin tardanza las averiguaciones, comprobando la falsedad de la afirmación del de Urigoiti. Enteráronse también de los rumores que corrían por el pueblo de haber mejorado de posición, pues era casa en la que no se vio nunca entrar la abundancia de género que entraba en aquellos días, con la
particularidad de que pagaban al contado.
No necesitaron saber más para cerciorarse efectivamente de que José Miguel era el ladrón; y aquella noche se reunieron en el portal del caserío de Urigoiti, reclamándole una y otra vez los objetos robados.
José Miguel despertó a su mujer todo tembloroso y le dijo que, remordiéndole la conciencia, se veía precisado a devolver a las «lamiñas» los objetos robados; pero tal maña se dio ella para convencerle de que no debía hacerlo, haciéndole ver lo bien que se vivía con abundancia de dinero que, al fin, convencido, acordaron mutuamente no hacer caso de la devolución.
Durante varias noches repitieron las «lamiñas» su reclamación, sin ningún resultado, y entonces lanzaron la maldición que aun pesa sobre los habitantesApéndice documental del caserío y sus descendientes.
Desde ese día, las desgracias se amontonan en el seno de la familia del caserío de Urigoiti: hoy se despeña una vaca, en los riscos del Gorbeia; mañana se come medio rebaño de lindos corderos el lobo; otro día se cae de algún árbol un hijo de ellos, fracturándose algún miembro; y así transcurren
los años, sin dejar de cebarse la desgracia en esta desdichada familia.
(Leyenda recogida por ITURBE. Euskerea 1931,
Mayo, pp. 634-635)
9. LAS LAMIAS DE LEZIAGA
Las lamias de Le ziaga hacen desaparecer a una muchacha de Usi
Una de las habitaciones de las lamias es la sima de Leziaga. Esta se halla en el km. 20 de la carretera de Areta a Orozko, en el barrio de Anuntzibai, a donde se llega pasando el río por un puente de bella factura construido en el año 1741. Allí se ven todavía las ruinas de una vieja ferrería. En las cercanías está el caserío de Usi, y no lejos de éste se abre el antro de Leziaga, que si bien tiene su entrada en forma de sima de unos cinco metros de profundidad, continúa en lo restante en forma de cueva. El día 15 de mayo de 1960, cuando el Grupo Espeleológico de Bizkaia visitaba la cueva, uno de los miembros, Ernesto Nolte, recogió de boca de los campesinos de aquella localidad el relato siguiente: «En Leziaga habitaban varias lamias. Un día se presentó a ellas una chica del caserío Usi, que fue obsequiada por aquellas con una brazada de oro que había de ser para ella , a condición de que no volviera más a visitarlas. No obstante, ella desobedeció y fue a visitarlas de nuevo. Las lamias no la dejaron salir del antro. Entretanto los familiares de la chica quisieron ir a buscarla; pero la sirvienta que tenían les dijo que, si mandaban hacer una misa, la joven secuestrada saldría, sin duda, de la cueva.
Por lo visto la misa no se hizo con todos los requisitos establecidos para el caso, pues la chica no salió nunca del antro. En cambio salió del subterráneo una voz que decía: "en el futuro no faltará oro en el caserío de Usi, pero también habrá siempre una persona loca"».
(Recogida por BARANDIARAN, José Miguel de. Lamias que secuestran a los hombres. La voz de
la madre, nº 189, Nov. 1962, Secc. EuskoFolklore. San Sebastián)-
10. LAS LAMIAS EN BERMEO
Laminak
Las laminas son unos personajes mitológicos femeninos de mejor carácter que los genios nocturnos con un físico de bellas jóvenes que vivían en determinados lugares de Bermeo.
Se cuenta que una bruja (o lamía) tenía la costumbre de peinarse con peine de oro junto a una sima en la finca de Garatzondo del barrio de San Miguel. Una vez la bruja dejó caer el peine que luego fue recogido por alguien. La bruja se presento en su casa diciendo:
Pariente de Intxus
dame mi peine,
si no, te quitaré
la vaca mayor de la cuadra.
P. Madariaga en 1921
En la zona de Arenondo existe una fuente a la que algunos llaman `Kaleneko iturrije`, un pescador que habitaba en ese lugar, caminaba una madrugada hacia su embarcación. Se acercó a asearse al manantial y se encontró una bella y joven lamiña desnuda y al reprocharle el pescador el atrevimiento ella le contestó:
-Tú y toda tu generación en lo sucesivo seréis llamados de `las lamias`.
Errosape y Lamiaren
Errosape se encuentra entre los pueblos de Bermeo y Mundaka y se llama así a un riachuelo que se encuentra entre ambos pueblos.
Lamiaren o Lamiaran es la pequeña loma que delimita el barranco por el lado de Mundaka y allí se alza el caserío Lamiaran. A este caserío los bermeanos le llamaban `Sorgiñen etxie` (casa de brujas) porque creían que habitaban allí y que bajaban hasta la orilla del mar en Lamerapunte. Estas brujas tenían medio cuerpo de pez y otro medio de mujer.
Lamiaren se interna en el mar, llamándosele Lamerapunte y en este lugar se ha construido el contradique del nuevo puerto de Bermeo y en su punta se colocó el año 1.980 la estatua de una lamia que llamamos Xixili.
Una leyenda cuenta que a un pescador que se encontraba solo en su embarcación al atardecer, se le presentaron en corros varias lamias, querían que fuese con ellas. Al joven se le ocurrió santiguarse y al instante desaparecieron todas.Al llegar al puerto, sin perder tiempo, entró a la iglesia de Santa Eufemia a dar gracias por verse libre de ellas.
Otzarri
Otzarri está situado entre la isla de Izaro y Anzoras, en la costa de Ibarranguelua. En el fondo del mar hay unas rocas denominadas Otzarri y cuando baja la marea quedan al descubierto.
Cuenta la leyenda que en esta zona del mar hay una sima llamada Lexia, cerca de Ogoño, donde se dice que viven las lamias en un palacio submarino. A este lugar en Elantxobe se le llama `Lamiñaku` (lugar de lamiñas).
Lamiñak de Pozoiluna
Posoillune es una meseta situada al norte del monte Arballu y al pie del montículo denominado Azbarre. Allí existía un lago de unos 100 a 200 m. De diámetro, con una preciosa isla vegetal en su centro, que recibía el nombre de Posoillune, con las variantes fonéticas de Putzuilune, Posobeltza y Posubeltz. Cerca del mismo, al norte y noroeste, había varios pequeños pozos que se quedaban secos en verano y que recibían el nombre de Poso-siketue o Poso-sikue.Llegar a este lugar era muy difícil porque los campos estaban llenos de argoma y no había casi senderos. La magia de Pozoiluna y su total aislamiento, a lo largo de los siglos, le habían rodeado de múltiples leyendas y un cierto temor por parte de los campesinos de la zona.
Las lamiñas que vivían en el lago y en una supuesta gruta, que su imaginación les hace ver con grandes salones, suelos de cristal, paredes de porfido, techumbres de brillantes y artísticos artesonados y lleno todo él de oro, plata y piedras preciosas.
Cuenta la leyenda que en este lugar araba la tierra un día festivo un labrador, el cual fue tragado por la tierra junto a su pareja de vacas y su arado, formándose allí el pozo que aún existe.
Leyendas, Cuentos y Supersticiones. Anton Erkoreka
11. LAS LAMIAS DE MUNAGUREN
Gorozika, Bizkaia
Según J. M. de Barandiaran, las lamias aparecen bajo diferentes aspectos en distintas leyendas vascas. En algunas son seres divinos, superiores a los humanos y a quienes éstos hacen sacrificios u ofrendas. En otras son genios cuya fuerza puede ser dominada mediante objetos o procedimientos mágicos. Una persona puede incluso secuestrarlas apoderándose, por ejemplo, de algo que les pertenezca.
En cierta ocasión, unos caseros cogieron a una lamia y la llevaron a su casa. Aunque le hicieron muchas preguntas, ella no decía ni media palabra. La etxekoandre había puesto leche a hervir, y cuando ésta empezó a subir, la lamia dijo: “txurie gora!” (ilo blanco, arriba!), y después huyó por la chimenea.
La leyenda que sigue la recogió R. Mª de Azkue en su «Euskalerriaren Yakintza».
En Bizkaia, a medio camino entre Zornotza y Gernika, se encuentra un pequeño pueblo llamado Gorozika, y en él, subiendo hacia Zugaztieta, hay una hermosa casa de nombre Munaguren. A unos cuantos metros de la puerta principal existe un pozo grande, mucho más grande que lo normal, al que se conoce como “Lamina-putzu”, el pozo de la lamia. Al lado del pozo, con las ramas inclinadas sobre él, hay un sauce.
Hace mucho tiempo, un grupo de lamias vivía en el pozo. Toda la gente de los alrededores lo sabía, y las respetaba. Nadie intentaba acercarse a ellas y, cuando alguien tenía necesidad de pasar cerca del lugar, gritaba diciendo que iba, y las lamias se ocultaban en el agua. A cambio, ellas cantaban hermosas canciones que se escuchaban en todo el valle, ayudaban a los labradores en sus faenas y cuidaban a los niños cuando iban camino a la escuela.
También les gustaba sentarse en las ramas del sauce y peinar sus largos cabellos mientras se contemplaban en las aguas del pozo. Solían hacer su colada en aquel mismo sitio y, después de lavada la ropa, la colgaban de las ramas del árbol para que se secara.
Las ropas de las lamias, al igual que todos los objetos que utilizaban, eran de oro, y de oro era el hilo de la sábana que una pequeña lamia colgaba del sauce todos los días.
La etxekoandre del caserío Munaguren veía brillar la prenda desde la ventana de su cocina.
—¿Para qué quiere esa pequeña lamia una sábana de oro? —se preguntaba—. Seguro que tiene muchas. Yo, sin embargo, necesito arreglar algunas cosas en la casa, y por la venta de esa sábana me darían unos buenos dineros...
Así que, sin pensarlo demasiado, salió la mujer de la casa y se dirigió a Lamina-putzu. Al ver que se acercában la pequeña lamia se lanzó presurosa al pozo, dejando la sábana colgada en las ramas del sauce. La casera cogió la sábana y volvió a casa a toda prisa.
Aquella misma noche se oyó un fuerte golpe en la puerta del caserío, y la voz de la lamia que decía:
—Munagurengo atso bandera, ekarri egida na nire ondra izara (Vieja osada de Munaguren, devuélveme mi sábana honrada).
Pero la mujer no quería darse por enterada.
—Ya se cansará... —pensó.
Al día siguiente ninguna lamia se sentó en el sauce, ni tampoco colgaron sus ropas en las ramas del árbol, ni se escucharon sus cantos.
Durante la noche, de nuevo se oyeron idénticos aldabonazos en la puerta del caserío.
—Munagurengo atso bandera, ekarri egidana nire ondra izara —volvió a decir la lamia.
Y así pasaron varios días. De día, silencio; de noche, golpes. Hasta que, finalmente, la casera lanzó la sábana de oro por la ventana.
—Nunca jamás faltará lino en esta casa —dijo la pequeña lamia al recoger la sábana.
Pero, desde entonces, las lamias desaparecieron de Munaguren y, que se sepa, nunca más han vuelto.
Martinez de Lezea, Toti - Leyendas de Euskal Herria
12. LA AMILAMIA DE LEZAO
Hace muchos años en Agurain se contaba la historia de una bella dama, una "lamia" ó "amilamia" que habitaba en la cueva de Lezao, situada en la sierra de Entzia, debajo de las Peñas de Iturrieta, entre Eguileor y Alangua.
Los más viejos contaban que era muy hermosa y que la habían visto peinarse su larga cabellera rubia con un peine de oro al borde de un estanque de agua que venía de la cueva de Lezao y que le servía de espejo. Decían que ésta hermosa mujer salía cada amanecer de la cueva y se le oía cantar mientras se peinaba.
Un día un joven pastor de una aldea cercana que cuidaba el ganado por las "aldabas" de Entzia se quedó dormido debajo de las peñas de Atokolarri y cuando se despertó, se encontró con una hermosísima mujer, no podía creer lo que estaba viendo, las historias que contaban en el pueblo los viejos se habían hecho realidad, allí delante de él se hallaba la más bella mujer que jamás había visto, justo debajo de la cueva de Lezao en un pequeño remanso que formaba el río, peinando sus rubios cabellos con un peine de oro.
El joven quedó prendado de la amilamia, durante un buen rato estuvo hablando con ella, él le contaba el hambre que había en la zona y lo pobre que era la aldea, hasta que llegó la hora de bajar el rebaño y ordeñarlo, entonces se despidió de ella y cogió el camino de regreso a la aldea.
A la mañana siguiente volvió a subir por la regata del río que sube a la cueva de Lezao allá estaba de nuevo peinando sus rubios cabellos la hermosa mujer; siguió subiendo día tras día hasta que en el pueblo le notaron que estaba muy enamorado y entre burlas éste les contó que había la historia de la mujer que cada mañana le esperaba cerca de la cueva de Lezao.
Algunos en el pueblo se rieron de él diciendo que eran fantasías suyas y que había soñado las historias que contaban los mayores. Harto de las risas de los amigos y vecinos una mañana subió a la cueva y contó a la "lamia" lo que se estaban mofando de él sus amigos y lo que estaba pasando en el pueblo.
La "amilamia" se compadeció del pastor, entró en la caverna y sacando de la cueva un cedazo se lo dio y le dijo:
- Toma éste cedazo, cada vez que lo muevas saldrá harina de él. Nunca más se volverán a reír de ti, ni volveréis a pasar hambre.
El pastor bajó a la aldea, enseñó a su familia lo que le había regalado la amilamia y al mover el cedazo vacío y ante el asombro de sus padres, pudieron comprobar como salía harina para hacer el pan. Bajó con su familia a Agurain puso una panadería y vivió muy feliz durante muchos años.
Cuando ya de muy viejo murió fueron a buscar el cedazo a la panadería, pero nadie encontró nada, dicen que el cedazo de oro está enterrado en la parte alta de la cueva de Lezao junto a un peine también de oro, pero desde entonces nadie lo ha vuelto a ver.
LEYENDAS DE LEZAO (Eguileor)
13. LA LAMIA DE OGOÑO
En la cueva de Ogoño, en el pueblo de Elantxobe, en Bizkaia, vivía una laminaku, y nadie podía pasar por delante de ese lugar entre las doce de la noche y las dos de la madrugada. Quienes no habían hecho caso a la advertencia de sus vecinos habían desaparecido, y nunca más se había vuelto a saber de ellos.
Ocurrió que en el pueblo vivía un hombre que tenía una gran pasión por las apuestas. Era un apostador nato, y no pasaba un día sin que hiciese una o más apuestas con amigos o con desconocidos. Sus compañeros se reían de su afición.
—¡Un día vas a perder hasta los calzones por culpa de las apuestas! —le decían.
—O tal vez gane una fortuna —respondía el incorregible apostador.
Sus amigos decidieron gastarle una broma y hacerle una apuesta que no pudiera mantener.
—¡Oye! Te apostamos un ternero recién nacido a que no pasas por delante de la cueva de Ogoño entre las doce y las dos de la madrugada —le dijeron.
El hombre no se lo pensó dos veces.
—¡Acepto! ¡Y tened preparado el ternero!
Echó a andar, seguido a cierta distancia por sus amigos. Hacía ya rato que habían dado las doce de la noche cuando pasó por delante de la cueva y, al instante, le salió la terrible laminaku, la del ojo en la frente.
—¡Ajá! —chilló—. ¡Qué sorpresa tan agradable! ¡No eres joven y tierno, pero me servirás para la cena!
Ya iba a apresarlo y a introducirlo en la cueva cuando el apostador tuvo una idea.
—No me parece mal, señora —dijo con una sonrisa—. Pero, antes, permítame usted que le cuente las penas del lino.
La laminaku lo pensó un momento. Era curiosa por naturaleza, y no tenía mucho con qué entretenerse en aquel lugar. Además, ya había oído hablar antes de las penas del lino, pero no sabía exactamente cuáles eran.
—Vale, vale, cuéntamelas; pero después te comeré, porque hace ya mucho que no pruebo bocado humano y tengo muchas ganas de hacerlo.
El hombre comenzó a contar las penas del lino muy lentamente.
—Primero hay que arrancarlo en la heredad, después secarlo, después ablandarlo en el pozo, después secarlo, después agramarlo, después majarlo con palo o maza, después agramarlo de nuevo con tenazas de madera, después cardarlo, después ponerlo en el huso, después hilarlo, después enmadejarlo, después cocerlo, limpiarlo en el río, después hacer lienzo, coser el vestido, romperlo, limpiarlo en el río...
El hombre seguía hablando despacio, y la laminaku comenzó a ponerse nerviosa.
—¡Bueno, ya está bien! —le interrumpió—. ¡Estas penas del lino están durando demasiado! Ya es hora de que seas mío.
En ese momento, cantó el gallo kukurruku, y la laminaku entró rápidamente en la cueva, al tiempo que decía:
—¡Ah! ¡Gallo rojo nacido en marzo! Me has arrebatado la gran merluza que yo tenía para cenar, ¡El raposo malo te pierda tu ojo rojo izquierdo!
El apostador regresó al pueblo y ganó la apuesta, pero, desde entonces, tuvo mucho cuidado a la hora de aceptar cualquier otra y, por supuesto, no se le volvió a ocurrir acercarse a la cueva de Ogoño durante el resto de su vida.
Martinez de Lezea, Toti - Leyendas de Euskal Herria
14. NIRI MIRI NAU
Una vez entró una lamiñaku en cierta casa de Elantxobe, cuando se hallaban fuera los de la casa, y la criatura sola en la cuna. Púsose delante de la criatura a mecerle.
Cuando volvieron los de la casa y vieron a la lamiñaku con la criatura se asus- taron, y golpearon a la lamiñaku para que saliera de la casa. Como estaba sola, empezó a gritar a sus compañeras. Estas oyeron sus gritos y le contestaban:
– ¿Quién te ha hecho, quién te ha hecho?
– Niri miri nau (yo misma a mí misma).
– Si tú te lo has hecho, arréglate tú.
15. Rapto de Margarita
Uno de los comunicantes de Vinson le habla de lamias machos o lamiñas secuestradores de bellas mujeres. Se menciona -aunque muy de pasada- sus relaciones con los «moros», entendidos éstos como raza mítica y gigantesca (al estilo de los mairuk). De los lamiñas, tal y como nos los presenta Vinson, no se dice que tengan alguna deformidad en sus extremidades, aunque es de suponer que sí, debido a que tienen parecidas costumbres que los sátiros y a que sus acompañantes femeninas -las lamias- sí las tienen.
La protagonista de la historia es Margarita, hija de la casa Berterretche, de Cihigue que cuidaba los rebaños en la montaña siguiendo la costumbre de la familia. Un día un lamiña se acercó a ella, y, no teniendo otra cosa mejor que hacer, la secuestró echándola sobre sus espaldas. Al Diversas tradiciones atribuyen tanto a las anochecer, los padres comenzaron a inquietarse al ver que lamias como a sus maridos, los lamiñak, la Margarita no volvía y, al día siguiente, pidiendo ayuda a construcción de dólmenes y otros monumentos sus vecinos, fueron a buscarla, pensando que se habría caído megalíticos, como asimismo hacían los por algún hoyo. Recorrieron inútilmente todos los alrededores. descendientes del llamado “Pueblo Antiguo”. Cuando ya anochecía, se retiraron con tristeza hacia casa.
De pronto encontraron a un mendigo que venía de Aussurucq hacia Cihiue. Éste les dijo que había visto la víspera, al anochecer, a un lamiña que entraba en su gruta llevando sobre sus espaldas a una joven muchacha que profería fuertes gritos. Entonces la pena de los padres aumentó mucho más. Temiendo que los lamiñas les aplastaran con piedras en caso de acercarse a su gruta, optaron por abandonar con gran dolor a su querida hija.
En esta época había en el barrio hombres salvajes, hermosos, grandes, fuertes y ricos, a los que se conocía con el nombre de «moros», que más tarde fueron aniquilados por Rolando. Todas las semanas, los moros y los lamiñas se reunían alrededor de la campana de Mendi para correr sus juerguecillas.
Ya habían transcurrido cuatro años desde que Margarita Berterretche sufrió tan ignominioso secuestro, encerrada en la gruta de los lamiñas; le alimentaban con pan blanco que ellos mismos hacían. Durante su estancia, los lamiñas no perdieron el tiempo y la joven había concebido a un hijo que ya tenía tres años de edad.
Un buen día, en que todos los lamiñas habían ido a divertirse con sus amiguetes los moros, ella se había quedado sola en la gruta en compañía de su hijo, al que dijo:
-«¡Estáte en silencio!, ¡en silencio!, ¡enseguida vengo!», y se escapó corriendo. Cuando llegó a su casa, sus padres apenas podían creer que fuera su hija. La abrazaron, lloraron, rieron y prepararon una gran cena en su honor. Sin embargo, su madre no ocultaba negros presagios y no tardó en entristecerse, diciendo a los comensales:
-«Los lamiñas vendrán seguramente a buscada; es necesario esconderla para que ellos no fa puedan encontrar.»
De inmediato se cavó un gran hoyo en el establo, bajo el pesebre, para que ella pudiera respirar y recibir la comida. Apenas Margarita se había metido en el escondrijo, cuando un grupo de lamiñas llegó a Berterretche en su busca. Se les dijo que ella no' estaba allí y se les invitó a buscarla si querían. Revisaron toda la casa y rápidamente se dieron por vencidos. La abandonaron sin más explicaciones.
Margarita estuvo en el escondite -por si acaso- durante tres días y tres noches; pero su padres, temiendo que algún mal pudiera llegarle por culpa de los lamiñas, decidieron enviarla lejos de allí: a París. Los lamiñas, que no las tenían todas consigo, volvieron, en efecto, a los pocos días, pero hicieron el viaje en balde, pues, por el momento, Margarita estaba en Tardets.
Gnomos: Guía de los seres mágicos de España (1996). Jesús Callejo Cabo